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Actualizado: 21 de julio de 2025
El quien supuso que á su terrible despertar, y á pesar de la tempestad que promueve el herido con sus saltos y sus coletazos, no lo arrastraría consigo al fondo de los mares. ¡Audacia inaudita! Añadía un cable á su arpón para perseguir su presa, despreciaba la horrorosa sacudida, sin reflexionar que el atemorizado animal podía zambullirse bruscamente y darle un mal rato.
Está hermosísima así, pero no hay que tocar en ella». Más de una vez, en medio del bosque del Vivero, a solas con Ana, don Álvaro se había sentido en ridículo; se le había figurado que aquella señora, a quien estaba seguro de gustar en el salón del Marqués, allí le despreciaba.
Todo se le podía perdonar, menos aquel capricho desatinado de enamorar a la hija de Gregoria, que le despreciaba hasta el punto de no haberle jamás dirigido la palabra, como que le dejó en mantillas... y hasta la fecha. Pero él no entendía de razones. Era un muchacha que no tenía pies ni cabeza. ¿Sabes a qué hora llegó anoche?... hoy, mejor dicho: ¡a las tres y treinta y cinco!
Pinedo esperaba casarla con un hombre modesto y trabajador y que no conociese jamás aquel mundo en que no podía vivir y que él despreciaba en el fondo del alma, aunque tal vez, por la fuerza de la costumbre, no pudiese ya vivir a gusto en otro. Es muy joven aún.... Tiene tiempo de divertirse repuso con sonrisa forzada.
A los arrebatos del encono sucedía el abatimiento del desengaño, ignorando al mismo tiempo si amaba aún á aquella infeliz ó si la despreciaba. Pasaron las horas; la noche avanzó, y él continuaba en la agitación. No pensaba acostarse, ni sentía sueño, ni necesidad de reposo; antes al contrario, los impulsos de su naturaleza eran hacia la zozobra, la inquietud, el movimiento.
Se lanzaría en plena lucha, con la insolencia del mercenario. Adiós, ideas, fe, entusiasmos... Ilusiones, todo ilusiones. Despreciaba su cultura, pero pensaba aprovecharla para hacerse pagar mejor. El dinero y el poder tendrían un siervo más.
Además, despreciaba el Casino, con sus puestas limitadas, su ruleta y su «treinta y cuarenta», juegos casi mecánicos en los que no se ve enfrente á un banquero, sino á simples empleados, lo que da la impresión de estar luchando con una máquina formidable, pero de funcionamiento monótono, sin fantasía, sin alma. Ella necesitaba el baccará.
Luego apretaba la mano de Fernando con más fuerza, mirándose en sus ojos. Viejito mío, di que me perdonas... ¡Ay, si tú quisieras! ¡si tú quisieras! Otra vez despertó en ella el deseo de la fuga. Hablaba de esto sin recato, como si el hermano no pudiese oírla. Aquel infeliz no existía para ella: lo despreciaba.
Palabra del Dia
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