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Actualizado: 21 de julio de 2025


Tan maravillosamente audaz resultaba este rapto, que el mismo Caonabo, en su nobleza de guerrero primitivo, despreciaba al Almirante por haber ordenado tal vileza sin atreverse a realizarla personalmente, y sólo quería conversar y comer con Ojeda, admirando su atrevimiento al arrebatarle de entre sus súbditos. En los combates con los indios cargaba el primero, sin mirar si le seguía su gente.

Sentía un respeto idolátrico, que comunicó a su discípulo, hacia la Teología por lo que había en ella de misterioso e incomprensible. En cambio miraba con indiferencia la Filosofía y despreciaba las ciencias naturales. Era, como todos los hombres de fe viva y corazón ardiente, enemigo de la razón.

Y con estas palabras reveladoras de una feroz alegría maternal, creía librar a su hijo de un peligro; como si después de haber aceptado el matrimonio con Dupont por su gran fortuna, le inspirase éste repugnancia. Pensaba con orgullo en los millones que tendrían sus hijos, y al mismo tiempo despreciaba a los que los habían amasado.

La bochornosa operación se repitió varias veces, con gran goce y algazara de los presentes, incluso el presbítero Chapaprieta. Mi padre era el único que se mantenía impasible, porque despreciaba lo cómico. Confieso que también me reí como un idiota. Ahora me avergüenzo, por y por la duquesa.

Y entonces empezaba la lucha. Ella se defendía en silencio. Aunque él gritase, Fermín no acudía; pensaba que era una riña entre mineros. Además, le temían unos por fuerte, otros por hijo, y procuraban vencer sin que él se enterase. Pero nunca vencían. A lo sumo un abrazo furtivo, un beso como un rasguño. Nada. Paula despreciaba aquella baba.

Entonces dijo Ido, fatigado de aquel relato incoherente, y de aquel vocabulario grotesco , recogió usted a ese precioso niño... Buscaba Ido la novela dentro de aquella gárrula página contemporánea; pero Izquierdo, como hombre de más seso, despreciaba la novela para volver a la grave historia.

Cuando el Duque, levantando un instante los párpados para mirarla, hacía una ligera señal de aprobación, el gozo le subía en forma de carmín a las mejillas. En aquel momento despreciaba de buena fe, con todas las veras de su alma, al mundo cursi en que la suerte la había hecho nacer y vivir.

Más de una vez decir, tanto al uno como al otro, que en aquella soledad pasaron los días más felices de su vida. A pesar de la escasez de medios, mi madre despreciaba siempre la riqueza.

Además, de vez en cuando, para algún motivo piadoso, como una novena, una reunión de la cofradía, etc., la joven iba a la rectoral a consultarle, aunque le costase siempre un esfuerzo, porque tenía gran miedo a D. Miguel. Se le había metido en la cabeza que éste la miraba de mal ojo, que la despreciaba. Y acaso no le faltase razón para suponerlo.

Muchas veces dudó de mismo. ¿Lo que él creía la verdad no sería un sueño, y los otros, al olvidarse de él, estarían verdaderamente en lo cierto?... Luego, recobrando la fe en mismo, despreciaba á sus conciudadanos y no quería salir de su casa. ¿Para qué ver gentes? ¿Para oírles alabar al señor Simoulin y su grito histórico?... Ya no veía al maestro.

Palabra del Dia

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