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Actualizado: 22 de junio de 2025


Echó pie a tierra, se despidió afectuosamente de Celesto, y abrazado de su tío y escoltado por el ama, subió la tortuosa escalera de la rectoral. El cura de Riofrío frisaba en los sesenta años.

Benedicta y Aquilino se dieron tanta prisa que, medio año después de la escapatoria, hastiado el galán se despidió a la francesa, esto es, sin decir abur y ahí queda el queso para que se lo almuercen los ratones, y fué a dar con su humanidad en el Cerro de Pasco, mineral boyante a la sazón.

Cuando se fueron, Miguel quedó como si repentinamente le introdujesen en un calabozo lóbrego; no vio, ni oyó nada de cuanto había a su alrededor, y, sin vergüenza alguna de que le observasen, se echó a llorar como un niño y se despidió también.

Tintoretto era un discípulo tan aventajado que su maestro Tiziano se enceló de él y lo despidió de su servicio. El desaire le dio ánimo en vez de acobardarlo, y siguió pintando tan de prisa que le decían «el furioso». Canova, el escultor, hizo a los cuatro años un león de un pan de mantequilla.

El secretario le despidió a la puerta con una fina sonrisa burlona. La Amparo se acercó y le preguntó: ¿Está arreglando el asunto? Por ahora, respondió mordiendo el sempiterno cigarro. Pues quiero irme en tu coche dijo, bajando la voz. La fisonomía del banquero se oscureció. Demasiado sabes que no puede ser. ¿Que no puede ser?... Ahora verás.... Dame el brazo.... En marcha.

D. Francisco se despidió con las expresiones más cariñosas que sabía y cogiendo los cuadritos salió con ellos debajo de la capa. Por la escalera iba diciendo: «¡Vaya, que es bueno ser bueno!... ¡Siento en mi interior una cosa, un consuelo...! ¡Si tendrá razón Martín! ¡Si se me pondrá bueno aquel pedazo de mi vida!... Vamos corriendo allá. No me fío, no me fío.

Hágase tu voluntad, hija mía... Ahora, déjame un momento a solas para que entre Amaury, que también parece que tiene que decirme algo importante. Ya te llamaré después. Y el doctor despidió a su sobrina estampando un prolongado beso en su frente virginal. Así que salió Antoñita, el señor de Avrigny llamó a Amaury en voz alta.

En cuanto llegaron y le dieron cuenta de las condiciones convenidas quedó repentinamente tranquilo y satisfecho. Se puso a charlar y bromear con sus amigos con una alegría y serenidad que éstos admiraron. Poco después se despidió no sin haber convenido con sus testigos la hora y el sitio en que debían verse.

Traspasado el corazón de lástima, se despidió de la infeliz patulea, y aunque se mostraron las dos mujeres agradecidas, bien se conocía que algún reconcomio se les quedaba dentro del cuerpo por no haber recibido el socorro que esperaban.

No pudo gritar ni moverse. Al cabo se incorporó: sus labios murmuraron: «¡Jesús, asístemeComprendió que era necesario morir y pidió al cielo que no le hiciese sufrir mucho tiempo. Se despidió con el pensamiento de sus padres, de sus hermanos, de sus amigas, de Nolo... Y un sollozo que se había ido formando poco á poco dentro de su pecho estalló al cabo como una nube cargada de agua.

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