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Actualizado: 16 de junio de 2025
No lejos de donde estaba Ido había un rescoldo dentro de enorme braserón, y encima una parrilla casi tan grande como la reja de una ventana. Allí se asaban las chuletas de ternera, que con la chamusquina en tan viva lumbre, despedían un olor apetitoso. «Chuletas» dijo D. José, y a punto vio entrar a un amigo, el cual le había visto a él y por eso sin duda entraba.
Sus largos cabellos grises se agitaron, sus pálidas y contraídas mejillas se estremecieron y sus ojos despedían relámpagos. En aquel momento Catalina parecía hermosa, hermosa como la anciana Margarita de la que había hablado Yégof. Hullin le tendió la mano en silencio, sonriendo de entusiasmo, y dijo: ¡Perfectamente, perfectamente!... En la familia somos siempre lo mismo.
En Burdeos se hallaban también los famosos hornos de fundición y las forjas que habían dado á sus aceros universal renombre y con los cuales se forjaban las espadas y lanzas mejor templadas. Desde su galeón veía Roger el humo que despedían las altas chimeneas de las fundiciones y la brisa le llevaba de cuando en cuando el toque de los clarines que resonaba en las murallas de la plaza.
Asomó en este momento por la verja dorada que dividía el zaguán de la antesala que se abría al patio, un hombre joven, vestido de negro, de quien se despedían con respeto y ternura uno de mayor edad, de ojos benignos y poblada barba, y un caballero entrado en largos años, triste, como quien ha vivido mucho, que retenía con visible placer la mano del joven entre las suyas: Juan, ¿por qué nació usted en esta tierra?
Nuestras filas habían desalojado a los franceses de sus posiciones. Les vimos replegarse en desorden, y entonces cesó la inmovilidad de los coraceros. Los resplandecientes petos despedían reflejos múltiples, y ordenadamente descendieron de la colina en perfecta fila. Relincharon sus caballos, y los nuestros relincharon también, aceptando el reto.
Yo, entretanto, lleno de singular emoción, esperaba sus confidencias. Su voz tenía algo de grave y solemne. En su rostro, particularmente, reflejábase una expresión que en nadie había yo observado hasta entonces. Su frente parecía marcada por el sello de la fatalidad. Tenía la tez pálida, y sus ojos, negros, despedían un fulgor extraño.
Las bocas de las minas vomitaban cada día más carbón, las fraguas despedían más humo, la locomotora dejaba más escorias á su paso al través de los campos. Pero lo más negro de todo lo negro que había en Laviana era Plutón. Aquel hombre ya no era hombre, sino un pedazo de carbón con brazos y piernas.
Enfurecidos los tumultuantes, y llenos de rabiosa cólera, unos despedian hondazos contra los balcones, y otros procuraban incendiar la casa. Las mugeres se empleaban en acarrear piedras las mas sólidas y fuertes que encontraban en las minas, cuidando no faltase á los hombres esta provision.
Jacinta era de estatura mediana, con más gracia que belleza, lo que se llama en lenguaje corriente una mujer mona. Su tez finísima y sus ojos que despedían alegría y sentimiento componían un rostro sumamente agradable. Y hablando, sus atractivos eran mayores que cuando estaba callada, a causa de la movilidad de su rostro y de la expresión variadísima que sabía poner en él.
Don Paco no quiso salir a despedirnos, porque estaba traspasado de dolor, al ver según dijo después cómo en una semana se torciera, al soplo de las malas compañías, el derecho arbolito criado con tanto esmero en el apacible huerto de sus lecciones. Las dos señoritas salieron a las ventanas, y nos despedían agitando los mismos pañuelos con que secaban sus lágrimas.
Palabra del Dia
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