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Actualizado: 16 de junio de 2025


Por último, no pudiendo ya contenerse, se levantó para salir; todos la imitaron, y hubo unos instantes de confusión mientras se despedían; merced a ella Miguel se acercó disimuladamente a su hermana, y, sin saber cómo, sin mirarse siquiera, sus manos se encontraron y se dieron un apretón furtivo y apasionado.

Habitualmente encuentro muy bien al señor Boulmet, pero hoy me es sencillamente odioso... Su cráneo desnudo me parecía el receptáculo de un mundo infinito de malos pensamientos; aquellas dos cositas brillantes que esconde bajo sus anteojos de oro despedían para fulgores satánicos, y hasta su bigote gris, de aspecto ordinariamente bondadoso, tomó a mis ojos una significación agresiva.

Lo más tierno fue la historia de las queridas de Goëthe, tema que tenía muy preocupada a la de Körner desde muchos años atrás. El noble orgullo de Federica Brion, que no quiso casarse nunca, porque nadie era digno de la que había sido amada por Wolfgang, lo pintaba Marta con un calor sólo comparable al que despedían sus propias rodillas.

Las cejas se fruncían: las negras pupilas despedían miradas cada vez más duras y tristes. El doctor levantó al fin la cabeza, y preguntó fríamente: ¿Qué médico le ha dicho a usted que estaba en segundo grado de tisis? Ninguno repuso el enfermo con la misma frialdad. El anciano se puso en pie vivamente, y le miró lleno de estupor. Después se santiguó exclamando: ¡Jesús qué atrocidad!

Ya los médicos se despedían, andando despacito con la señora a lo largo del corredor, cuando Salvador, vuelto hacia Carmen, que se quedaba sola, le dijo: No sentirías tanto mi muerte como la de Julio.... ¡Tu muerte! exclamó ella.

Los valientes alcornoques despedían de , sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo.

Ningún hombre se veía por los pequeños espacios libres entre casa y casa que hacían el oficio de calles: todos eran voluntarios y estaban en el monte. En las cañadas cercanas no había ganado al regalo de la yerba. Algunas techumbres despedían el humo de los hogares encendidos, indicando que allí permanecían los viejos, los chicos y las mujeres.

Detúvose el tren en una pequeña estación, y las mujeres que más habían hablado de Marieta se apresuraron a bajar, echando por delante sus cestas y capazos. Unas se quedaban en aquel pueblo y se despedían de las otras, de las vecinas de Marieta, que aún tenían que andar una hora para llegar a sus casas.

De repente se levantó. Su rostro, a la claridad de la luna, tenía una belleza grandiosa que las circunstantes no supieron apreciar. Sus ojos despedían fulgor de inspiración. Se apretó el pecho con ambas manos en actitud semejante a las que la escultura ha puesto en algunas imágenes, y dijo con acento conmovedor estas palabras: «¡Oh mi señora!... te lo traeré, te lo traeré...».

Cierto es que Fortunata lloraba; pero algunas veces la causa de la aproximación del pañuelo a la cara era la necesidad en que la joven se veía de resguardar su olfato del olor desagradable que las ropas negras y muy usadas del clérigo despedían.

Palabra del Dia

rigoleto

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