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Estaba en la situación más favorable a su deseo que pudo soñar mujer amante: para ella querer era poder, y en vez de fijar el día del casamiento, constantemente lo aplazaba, cuándo con astucia, cuándo con energía, ya fingiendo prolongar la vanidosa satisfacción de verse deseada, ya mostrando recelo de que al ser poseída mermase la vehemencia del amor que había inspirado, ya negándose clara y resueltamente.

La anciana sonrió dulcemente, y salió del comedor. A poco apareció en la puerta, mostrándome la carta deseada. ¿Qué me das por esto? Un abrazo. ¡Es poco! Un beso. Es poco. Pues entonces, ¿qué quiere usted? ¡Tu cariño! ¡Tu cariño, muchacho, que con eso me basta! La señora llegó hasta , me abrazó, me acarició dulcemente, y puso delante de la carta de Linilla, diciéndome: ¡Ay, Rorró!

Quejándose el de Lerma de muchas cosas pasadas después de la paz de Vervins, en perjuicio de los juramentos solemnes de conservarla, y enumerándolas, dijo: «Que Antonio Pérez y otros españoles y portugueses se acogieron de muy poco acá á Francia, y que tal manera de vivir cría muy gran desconfianza entre los dos Reyes é impide una verdadera reconciliación tal cual está deseada

Schack y sus compañeros de viaje escaparon á duras penas con la vida; las olas se tragaron sus cofres y dinero, debiendo sólo á la circunstancia de llevar en un cinto ceñido á su cuerpo una carta de crédito, el disponer de medios suficientes para trasladarse desde Malta á la tan deseada Grecia.

No se sintió deseada, sino querida, y en lo más íntimo de su espíritu se alzó una voz que le decía: «Es tan mío como yo suyaLa función estaba concluyendo. Púsose Cristeta en pie sin que ya él lo estorbase, esquivó sus miradas como aterrada, y le dijo: Vete. Quiero salir sola. ¿No viene nadie, ni tu tío, para acompañarte? ¡Ah!... A propósito de mi tío. Tengo que pedirte un favor.

Pero lo grave era que la mujer antes perseguida y deseada sólo por gentil y graciosa, se había trocado en hechicera enigmática: ya no era don Juan un temperamento atraído por la belleza, sino una voluntad obstinada en descubrir el arcano que llevaba una mujer dentro del pecho. Hasta el pecho ¡lo más hermoso del cuerpo de Cristeta! se le olvidaba pensando en su corazón.

Salió don Juan vestido de viaje, tomó un coche, apeose cerca de la calle de Don Pedro, y por fin llegó al portal de la casa en que vivía Cristeta. No arribó Ulises a la deseada Itaca, ni vieron los Magos el sagrado pesebre poseídos de tan honda emoción como la que él sentía.

Lanzó el anciano horrible carcajada y con temblona voz, como un lamento, "También yo un día dijo crucé el mundo llagado por terribles sufrimientos.... Pero hallé al fin la fuente deseada. Sigue esa senda continuó el buen viejo y al llegar de aquel monte, a lo más alto, verás cumplido, ¡oh, joven! tu deseo."