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Su conversación, siempre tan seductora, era entonces más grave y más instructiva. Crecida y educada fuera de la sociedad, apenas la conocía, y Carlos me iniciaba en las grandes cuestiones que entonces agitaban nuestra patria y el mundo entero. Hablábame de los principales soberanos; me describía sus caracteres, su política, como si él hubiese vivido en su intimidad.

Describía moniobras que nadie había visto; suponía en el general y sus colaboradores órdenes que nadie había dado; explicaba el presente con arreglo á mis lecturas pasadas, y siempre encontraba el medio de emparentar la batalla reciente con alguna de las de la juventud de Bonaparte. No había miedo de que alguien protestase escandalizado.

Visita iba señalando en su cuerpo, sin coquetería, sin pensar en lo que hacía, las partes correspondientes de la Regenta, que describía con entusiasmo; y dijo al terminar su descripción apuntando hacia atrás: Se precia «esa otra» de buenas formas.... ¡Buena comparación tiene! La cita era sabia y oportuna. Visitación suponía a don Álvaro enterado de lo que era aquella otra ¡y no había comparación!

Otras veces le describía con viveza y con sombríos colores la corrupción de nuestro siglo, el bajo nivel en que estaban las almas, las mezquindades y maldades del mundo y lo agradable y lo conveniente que sería retirarse de él, en vista de que no puede satisfacer ninguna de nuestras nobles aspiraciones.

¡El gabinet del güelo, pare! imploraba el muchacho . ¡El gabinet del güelo! Por obtener el cuchillo del abuelo sería cura, y hasta si era preciso viviría solitario, de la limosna de las gentes, como los ermitaños que estaban a orillas del mar en el santuario de los Cubells. Al recordar el arma venerable, brillaban sus ojos con fulgores de admiración y se la describía a Febrer. ¡Una joya!

Y con la misma entonación ardorosa con que en otros tiempos conmovía a las muchedumbres en las reuniones de protesta contra la sociedad, describía a aquella media docena de hombres y a la triste costurera, que cesaba de mover la máquina para escucharle, la grandeza del trabajo universal, que todos los días fatigaba a la tierra para vencerla y obligarla a sustentar a los humanos.

Lo más probable es que uno abra la puerta, y entonces ¡adiós con la colorada!... El hombre más santo mete la cara en el barro y queda perdido para siempre jamás, aménObservaba Miguel que cuando el capellán describía tales escenas, nunca dejaba de traer como elemento de ellas a Petra, si bien en calidad de término de comparación; esto le hizo presumir que todo aquel desprecio que hacia ella afectaba era pura música, y que la gentil planchadora obraba sobre su corazón la misma mágica influencia que sobre otros muchos del colegio.

Era un antiguo episodio del desastre de los Gelves. Hablaba despacio, con acento semejante al son de un atambor destemplado, y más de una vez sus ojos se humedecieron al recordar las vergüenzas de aquella jornada. Describía el desorden y la fuga de las naves cristianas al presentarse de improviso la armada turquesca.

Memorial informatorio por los pintores en el pleyto que tratan con el Señor Fiscal de su Magestad en el Real Consejo de Hacienda sobre la exempción del arte de la pintura. Madrid, por Juan Gonzalez, año 1629. Vicente Carducho. Dialogos de la pintura. Madrid, 1633. Francisco Pacheco. Arte de la pintura, su antigüedad y grandeza. Sevilla, 1649. El pincel cuyas glorias describía... Madrid, MDCLXXXI.

Se aproximó á un grupo, en el centro del cual un hombre joven, descalzo, con pantalones elegantes y la camisa abierta de pecho, hablaba y hablaba, arropándose de vez en cuando en una manta que habían puesto sobre sus hombros. Describía con una mezcla de italiano y francés la pérdida del Californian. Este pasajero había despertado al oír el primer cañonazo del sumergible contra el vapor.