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Actualizado: 8 de junio de 2025


Describía los terribles jinetes de galope vertiginoso, impalpables como fantasmas, y tan terribles en su cólera, que el adversario no podía mirarlos de frente. En la portería de su casa y en varios establecimientos de la calle le escuchaban con todo el respeto que merece un señor que, por ser extranjero, puede hablar mejor que otros de las cosas extranjeras.

El autor describía pintorescamente algunas comarcas desconocidas y ciertos fenómenos de la mar muy curiosos. La instrucción del P. Gil en las ciencias naturales era limitadísima. En el seminario de Lancia ocupaban éstas un lugar muy secundario: apenas si se les exigía a los alumnos algunas nociones insignificantes de física, química e historia natural.

En aquellos momentos, al volver a Vetusta con Ana del brazo, se hacía elocuente, hablaba largo y sin miedo, aunque siempre pausadamente; en su voz había arrullos amorosos para el campo que describía, y temblaba en sus labios el agradecimiento con que oía a otra persona palabras de cariño y de interés por árboles, pájaros y flores.

Y entre las risotadas de sus compañeros, describía a la pobre muchacha con minuciosidad vergonzosa, como si la hubiera desnudado con la mirada. El Menut no levantaba la cabeza, absorto en su trabajo; pero estaba pálido, como si dentro del estómago se revolviera la merienda mordiéndole.

El rumor se comentaba, se dibujaba, adquiría detalles y ninguno lo ponía en duda. Se describía el traje de Cpn. Tiago, por supuesto, el frac, la mejilla levantada por el sapá del buyo, sin olvidar la pipa para fumar opio ni el gallo sasabugin.

Iriondo describía su influencia extendiéndose á todo lo que estaba bajo la dirección de Sánchez Morueta, á las fábricas, las fundiciones y hasta los barcos. Sin respeto á su cargo de inspector de navegación de la casa, le hacían despedir á marinos viejos que llevaban muchos años al servicio de Sánchez Morueta, y admitir á otros jóvenes que, apenas tomaban posesión de su camarote, pegaban frente á la litera una imagen del Corazón de Jesús.

Este describía las salidas de tropas, las escenas conmovedoras en calles y estaciones, comentando con un optimismo incapaz de duda las primeras noticias de la guerra. Dos cosas consideraba por encima de toda discusión. La bayoneta era el secreto del francés, y los alemanes sentían un estremecimiento de pavor ante su brillo, escapando irremediablemente.

Aprovechándolo todo, lo mismo lo cierto que lo dudoso, y utilizando lo histórico así como lo anecdótico, allegaba elementos para un colosal almacén literario que, por fortuna, pereció en un incendio años adelante. Zorraquín refería las acciones, describía los lugares, reproducía las palabras, dando a las alocuciones el tono y tamaño de discursos a lo Tito Livio.

Yo paro y contesto al brazo ¡pin!... Aquí el director del Porvenir de Lancia, que mientras describía su famoso y complicado golpe no dejaba de engullir trazando a la vez círculos en el aire con el tenedor, se atragantó con una espina, poniéndose súbito más rojo que una guinda. Hubo que sacarle al fresco.

El poeta describía prolijamente todas las fases de su descomposición cadavérica con verdad y relieve admirables. ¿Cómo estarán mis ojos? se preguntaba. Sus ojos quedarían opacos, vidriosos y poco a poco se irían poblando de gusanos que concluirían presto con ellos dejando negras, vacías las órbitas. ¿Cómo quedaría su cabeza?

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