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Los muchachos, emancipados de la escuela por el mal tiempo, iban a los puentes a arrojar ramas para apreciar la velocidad de la corriente, o descendían por las callejuelas vecinas al río para colocar señales, aguardando que la lámina de agua, ensanchándose, llegase hasta ellas.

A pesar de los continuos ataques del pescador, los rebaños marinos se mantenían incólumes por medio de una procreación infinita. La fauna de la profundidad abisal, donde la falta de luz hace imposible toda vegetación, era forzosamente carnívora. Los habitantes débiles devoraban los residuos y los animales muertos que descendían de la superficie.

¡Las murallas que hemos levantado! continuó . ¡La piedra que hemos metido aquí!... Basta para cercar á toda una ciudad. Había muros de más de veinte metros que descendían en suave pendiente desde los jardines al mar.

Eran mujeres que traían carbón a bordo, trepando sobre una plancha inclinada las que venían cargadas, mientras las que habían depositado su carga descendían por otra tabla contigua, haciendo el efecto de esas interminables filas de hormigas que se cruzan en silencio. Pero aquí todas cantaban el mismo canto plañidero, áspero, de melodía entrecortada.

Por una columna abajo descendían en cuelga millares de salchichones, los unos vestidos con coraza de plata, los otros desnudos y tiesos como garrotes, en tal número, que con ellos se podría armar un ejército, si los ejércitos se batieran a cachiporrazos.

Los primeros murciélagos descendían de las bóvedas, revoloteando entre el bosque de columnas. La música eclesiástica dijo el artista es una verdadera anarquía. En la Iglesia todo es anárquico. Crea usted que de la unidad del culto católico en toda la tierra hay mucho que decir. El cristianismo, al formarse como religión, no inventó ni una mala melopea.

Al fatigarse, descendían al claustro, y agarrados a las barandillas, emprendían un susurro que estremecía el religioso silencio como un suspiro de amor. De vez en cuando se abrían las cancelas de la catedral, esparciendo en el jardín y las Claverías una bocanada de aire cargada de incienso, de rugidos de órgano y voces graves que cantaban palabras latinas prolongando solemnemente las sílabas.

La señora fingía no escucharle, mirando las «villas» y los jardines del lado izquierdo del camino, que descendían hasta el mar. Todavía, con doble magnanimidad, quiso instruir á estos parroquianos indiferentes, mostrando á punta de látigo las bellezas y curiosidades de su catálogo. Aquella iglesia es Santa María del Parto, llamada por otros del Sannazaro.

Hombres desnudos, sin aparato alguno, conteniendo su respiración, descendían á la profundidad, como en los tiempos primitivos, para arrancar estos tesoros. El médico abandonaba su descripción geográfica. Le atraía más la historia de su mar, que había sido la historia de la civilización.

El navío daba fondo en el patio, los brutos eran desenganchados, el mayoral bajaba de lo alto de su trono, y los viajeros, que aún se mantenían con la cabeza inclinada, y muy agachados, resabio de cuando atravesaron el portal, notaban al fin que no tenían el techo en la corona, se admiraban de verse con vida, y descendían también.