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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Hacia las ocho de la mañana apareció repentinamente un hombre entre el gran y el pequeño Donon; los centinelas lo descubrieron en seguida; el hombre descendía agitando el sombrero. Pocos minutos después se le reconoció: era Nickel Bentz, el antiguo guarda forestal de Houpe.
Iba a probar si Pez era el mismo caballero vivaracho y rumboso de antes, o si se había trocado en un empedernido egoísta. La dama, haciendo también graciosos alardes de reserva, replicó: «Cosas mías. Lo que a mí me pasa, ¿a quién interesa más que a mí sola?». Lentamente mi amigo descendía de aquellas cimas de virtud en que se había encaramado.
Por la mañana el rocío dejaba brillantes gotas sobre mis cabellos; al mediodía el sol tostaba mi rostro; por la tarde, cuando el crepúsculo descendía de lo alto del cielo, tornaba al hogar por el sendero de la montaña y el disco azulado de la luna alumbraba mis pasos.
Ahora bien, siendo limitado el número de las confidentes, se mostraba cada vez menos difícil y descendía cada día un grado en escala social.
Jacob no había combatido más que una noche, mientras que yo llevo ocho días con sus noches luchando contra la muerte. »Todo volvía entonces a ser materia de duda, y yo descendía de nuevo abatido por el desaliento al abismo de la desesperación, al ver que el enemigo ahuyentado un instante reanudaba el combate con más encarnizamiento que nunca.
Descendía como si se la tragase el abismo, y luego disparábase hacia lo alto lo mismo que un animal que se encabrita, temblando sus flancos con el choque de las fuerzas ocultas. Dos montañas de espuma rematadas por sutiles cresterías asaltaban la proa, esparciendo una nube de polvo líquido.
La cabecita de bebé parecía abrumada por una alta corona, inflada como un globo; hasta sus pies descendía, como un miriñaque, el manto cubierto de toda clase de piedras preciosas. Los diamantes, perlas y esmeraldas arrojadas á manos llenas por la devoción, como si el brillo pudiese aumentar la hermosura de la imagen, esparcíanse también sobre el pequeñuelo que la Virgen mostraba entre sus manos.
D. Alonso Granero, muy prudente, Que de antiguos Toledos descendía, Tambien se halla en Lima, aunque doliente, Que listado de gota, se sentia. Del Paraguay electo de presente Obispo está, que Guerra se decía: En este consistorio congregado Preside el Arzobispo ya nombrado.
De pronto desaparecías, te ibas al campo sin despedirte de nadie, y corrían rumores de aventuras raras. A mí se me ocurría que fingías, que tratabas de hacerte una aureola romántica. ¿No era así? Julio sonrió, sin responder. La cara muy blanca, su frente descendía ancha y recta, desde la raíz de los cabellos, empujando algo las cejas por encima de las pestañas.
La calle, como dilatada por el calor, introducíase por todos los huecos, haciendo llegar sus hedores y ruidos a los extremos más recónditos de las casas. Las habitaciones que ocupaban los dos jóvenes ardían de la mañana a la noche bajo la llama del sol. Descendía del techo un calor asfixiante, como si sobre él ardiese un horno.
Palabra del Dia
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