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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Iba a Madrid a solicitar una colocación inútilmente, a «dar sablazos», a mendigar de todas las personas conocidas. Ya no era el lobo que descendía de la cumbre en busca de alimento; era el pobre roedor, tímido y anonadado, que trepaba lentamente desde el fondo de su madriguera a las alturas de la gran población, esperando una migaja del banquete de los fuertes.

30 Este es del que dije: Tras viene un Varón, el cual es antes de ; porque era primero que yo. 31 Y yo no le conocía; más para que fuese manifestado a Israel, por eso vine yo bautizando con agua. 32 Y Juan dio testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.

En la agitación de aquel vuelo vertiginoso, la pluma subía á veces á tanta altura, que apenas podía distinguir los objetos; otras descendía hasta rozar con la tierra, y contemplaba su imagen fugitiva en la superficie verdosa de los charcos.

Aceleré cuanto pude el paso de mi cabalgadura, asombrado de aquella transgresión de nuestro contrato, en la esperanza de unirme cuanto antes al viajero que debía darme las noticias tan deseadas. Pero el cerro estaba lejos y él lo descendía lentamente al paso mesurado de la mula prudente que afianzaba su pie con firmeza para reconocer la solidez de la senda.

De pronto se detuvo, con una sensación de sorpresa y dolor, como si acabase de recibir un golpe en el pecho. Por la amplia escalinata que pone en comunicación á ambas terrazas descendía una pareja. Su instinto los reconoció á los dos antes que su mirada. Un militar, el teniente Martínez... ¡y ella!

Ella les sonrió, mostrándoles los dos mocetones ingleses á los que servía de lazarillo; dos Apolos rubios, tostados por el sol, con la nariz que descendía recta de la frente, la dentadura brillante, el cuerpo esbelto y armoniosamente membrudo, pero los ojos apagados y un gesto trágico en la boca, de desesperación, de protesta, al verse muertos en vida. Son mis dos flirts, ¿Qué les parecen?

Al terminar una partida, se disgregaban los grupos de una mesa para trasladarse á otra; pero la orla de gente continuaba siendo compacta, por los nuevos aportes de curiosos. Descendía de la claraboya central un resplandor acaramelado. Fuera brillaba el sol sobre el mar azul; aquí, la luz era de bodega: una luz, según Castro, semejante á la del salón de sesiones de un Congreso de diputados.

Y una tarde que desde una ventana de su cuarto contemplaba las cumbres del Dôle, detrás de las cuales descendía radiosamente el sol, se estremeció al oír una voz que hablaba detrás de él. ¿Era una alucinación? ¿No soñaba despierto? El Príncipe Alejo Zakunine estaba en su presencia. Roberto Vérod decía la voz ¿no me reconoce usted?

Descendía rápidamente el sol a su ocaso, caía sobre el jardín la sombra; Sardiola, el lebrel fidelísimo que había dado el ladrido de alarma, no estaba ya allí. Lucía miró en torno suyo con ojos vagos, y llevose las manos a la garganta oprimida.

La torre de al lado dió las tres; y el sol descendía llevándose consigo mi primer día de opulencia. Entonces, acorazado de libras, ¡corrí a divertirme! ¡Ah, qué día!

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