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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Poco después llegaron a lo más encumbrado, dando vista a Zarzalejo. Desde aquel sitio elevado se divisaba la gran llanura ondulante que se extiende delante del Escorial. Monte bajo, mieses, rocas peladas, todo formaba un conjunto armónico debajo del hermoso sol radiante que descendía ya majestuosamente escoltado de nubes rojas.

Es una lástima, le dijo Lucía en voz baja, para no ser oída de Muñoz; ahora que no está Adriana para acapararlo como hace siempre, ahora que una podría hablar con usted, se va tan en seguida. Pocos minutos después, acompañándole con Charito hasta la escalera del vestíbulo, su mano enguantada, mientras él descendía, le saludó por encima de la barandilla.

El débil resplandor del crepúsculo que descendía de los ventanales y la inquieta llama de los cirios formaban una ondulación de luces y sombras, animando el rostro de la imagen como si gesticulase. «¡Aún como soy yo! se decía Gabriel . Si en mi lugar estuviera un devoto, creería que la Virgen ríe unos momentos y después llora. Con un poco de imaginación y de fe, ¡he aquí un milagro!

Aunque aparentemente sana, estaba herida de incurable enfermedad. Al principio se presentó un síntoma que no acertaron a explicarse las buenas señoras: Algo decía la enferma como hormigueo en la columna medular; algo que descendía, rápido como relámpago, hacia las extremidades inferiores. En ocasiones, vértigos que duraban un instante y que dejaban a la paciente cansada y sin fuerzas.

Púsose el ropón de satén blanco, confeccionado por las manos de su madre, y sobre éste la alta y puntiaguda caperuza de terciopelo verde, que descendía sobre sus hombros formando una máscara y se prolongaba hasta más abajo de las rodillas, a modo de casulla. A un lado del pecho, el escudo de la cofradía estaba bordado con rica y minuciosa profusión de colores.

Su corazón no podía latir más que a su lado; sus pulmones no respiraban más que el aire que ella había respirado. Iba a través del mundo como un cuerpo inerte lanzado en el vacío. Algunas veces, un resto de razón descendía a su espíritu y se decía: Soy un viejo loco. ¿Por qué me he atrevido a hablarle de amor? El amor no sienta bien a un vejestorio como yo.

Meses después, Moro enseñaba el trozo descascarillado como un trofeo a los amigos forasteros que venían a Lancia; y al recordar sus proezas y peligros en aquella noche gloriosa, una suave alegría descendía a su corazón heroico.

Entre mi observatorio y esta mies, que descendía en rampa hacia los montes de enfrente, y muy inclinada al mismo tiempo hacia el río, un pedregal erizado de malezas y surcado de senderos y camberas de comunicación con el pueblo, cuyas casitas se veían, hechas un rebaño, en lo más alto de la mies, con la iglesia en medio, que parecía, y lo era en sustancia, su pastor.

Ahora, don Diego, dígame si le amo, porque usted tiene más experiencia que yo y no se puede equivocar. Yo no soy más que una pobre ignorante, pero usted debe recordar si es así como le amaban en París. Esta confesión ingenua descendía como un rocío matinal sobre el corazón de don Diego.

Por la izquierda recibía la luz de un patio estrecho, elevadísimo, formado de corredores sobrepuestos, de los cuales descendía un rumor de colmena, indicando la existencia de pequeñas viviendas numeradas, o sea de casa celular para pobres.

Palabra del Dia

rigoleto

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