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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Pocos se guardaban, pues, de hablar secretos en su presencia; pero si alguno lo hacía y llegaba a notarlo, le acometían tales ansias y congojas por conocer lo que le ocultaban, que no dormía, ni descansaba un momento; andaba pálida, ojerosa, se hacía grosera, intratable.

Tan embebecido iba Miguel en sus pensamientos, los cuales le mortificaban más de lo que nunca imaginara, que al pasar por la calle del Príncipe no vio dos bultos echados en la acera hasta que tropezó con ellos. Eran dos niños, el menor de los cuales dormía o descansaba con la cabeza apoyada en las rodillas del mayor. El frío era intenso.

Rumor áspero y confuso salió de su seno, esparciéndose por el aire. El piquete de soldados, que descansaba al pie del muro, obedeciendo a la voz de su jefe, fue a colocarse junto a la puerta, y por ella comenzó a salir alguna gente con semblante triste y asustado: eran dependientes de la prisión, hermanos de la Paz y Caridad y los pocos curiosos que habían tenido influencia para entrar.

La procesión no tenía armas. La supuesta debilidad del Gobierno se había trocado en inquebrantable firmeza. Algunos empezaron á desertar, desfilando por la calle de Milaneses y la plazuela de San Miguel. El retrato descansaba en tierra y se movía adelante y atrás, poco seguro en manos de sus portadores.

Pedro Lobo, pues, vino a ser el encanto de D. Joaquín, quien siempre quería tenerle en su casa, de suerte que, cuando Pedro Lobo, retenido por sus quehaceres, dejaba algún día de venir o retardaba su venida, D. Joaquín iba a buscarle y no paraba ni descansaba hasta que se le traía consigo.

Hablábase en un grupo el vascuence, en otro el francés, aquí el alemán y allá el inglés; y para colmo de mi sorpresa, el sombrío palacio de los Trasierra, sobre el punto más elevado de la población, y en otro tiempo cerrado y misterioso, como si dormitara entre los recuerdos de su época, había abierto anchas puertas á la moderna luz y engalanado sus fachadas; y no descansaba como antes sobre escombros y zarzales, sino sobre ameno y florido campo; cultivado por diestro jardinero.

El secretario estaba en ascuas, y lo estuvo más cuando notó que los cuellos del solariego y su cara avinatada llamaban la atención de muchas personas. El mayorazgo, afortunadamente, no lo conocía, pues descansaba en la persuasión de que «en Madrid todo pasa». Al retirarse, al anochecer, y bajo una temperatura africana, don Silvestre se achicharraba, y quiso refrescar. Entraron en un café.

Fuimos navegando sin alejarnos mucho de la costa; de cuando en cuando nos sustituíamos, y uno descansaba de remar. Como habíamos perdido la costumbre, las manos se nos hinchaban y despellejaban. El país que se nos presentaba ante la vista era una tierra desolada, con colinas bajas y pantanos cerca de la costa. A lo lejos se veía el humo de alguna quinta aislada o la ruina de un castillo.

Y así, mientras que la madre y los dos hijos mayores hablaban amistados y serenos, Julio descansaba desfallecido, ella oía, siempre horrorizada, el eco de las blasfemias y de los insultos, de los golpes y las amenazas que se habían alzado entre la madre y los hijos, apenas hacía una hora, y tantas veces y en tantos años.... Era una casa temerosa la de Rucanto.

El viejo, insensible a las bellezas de su huerto, sólo ansiaba la cantidad. Quería segar, las flores en gavillas, como si fuesen hierba; cargar carros enteros de frutas delicadas; y este anhelo de viejo avaro e insaciable martirizaba a la pobre Borda, que, apenas descansaba un momento, vencida por la tos, oía amenazas o recibía como brutal advertencia un terronazo en los hombros.

Palabra del Dia

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