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Actualizado: 22 de junio de 2025
En las horas de fuerte sol, mientras el viejo descansaba, iba la Borda de un lado a otro, mirando las bellezas de su familia, vestida de gala para celebrar la estación. ¡Qué hermosa primavera! Sin duda Dios cambiaba de sitio en las alturas, aproximándose a la tierra.
El fiero bogavante el homard, soberano de las ricas mesas descansaba sobre las tijeras de sus patas anteriores, arma poderosa como una doble hacha de combate. La langosta saltaba con agilidad por las peñas valiéndose de los ganchos de sus patas, herramientas de guerra y de nutrición.
Y tras esto, me acosó a preguntas: si comía, si descansaba, si conocía su estado, si me daba mucho que hacer, si podían ellos hacer algo en alivio nuestro; porque ya se sabía que casa sin mujeres, andaba como Dios quería en los apuros graves. Buena era Facia, buena era Tona; pero... al cabo, al cabo. Vaya, que no era lo mismo.
En la mesa inmediata había un periódico con ilustraciones, y se apoderó de él, volviendo sus hojas. Estaba impreso en alemán, pero él fingió leerlo con gran interés. Se había sentado de lado, dejando libre la cadera en la que descansaba el revólver. Su mano, fingiendo distracción, se paseó junto á la abertura del bolsillo, pronta á armarse en caso de ataque.
Dos meses después, el P. Gil descansaba sentado en su pobre sillón de gutapercha. El trabajo de todos aquellos días, sobre todo del último, le había rendido. Era un trabajo puramente material, donde su espíritu, atribulado por nefandos y horribles pensamientos, se complacía; buscaba un calmante para la agitación interior que le atormentaba.
Su rostro, perfectamente esferoidal, descansaba sin más intermedio sobre el busto; y su pelo, negro aún por una condescendencia de los años, y partido en dos zonas sobre la frente, le tapaba entrambas orejas, recogiéndose atrás.
Lo que ignoraba la monja era que, bajo el algodón en rama donde descansaba el rosario, iba escondido un papel en que estaban escritas estas palabras: «No digas que estás mejor; procura ganar tiempo y no tengas miedo. El domingo debe venir mi tutor, y yo haré que ponga remedio. Confía en mí.» ¿De qué nació el afecto que aquellas dos muchachas se profesaban?
No podría usted dormir excitado por ese ambiente, y ha venido a tentar de nuevo la suerte con la misma esperanza que le guiaba otras veces. Hablaba sin su ironía habitual, quedamente, como si conversase con ella misma. Descansaba con abandono su busto en el respaldo del banco con un brazo cruzado tras la cabeza.
Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga a sus compañeros, salió al encuentro de don Quijote, enarbolando una horquilla o bastón con que sustentaba las andas en tanto que descansaba; y, recibiendo en ella una gran cuchillada que le tiró don Quijote, con que se la hizo dos partes, con el último tercio, que le quedó en la mano, dio tal golpe a don Quijote encima de un hombro, por el mismo lado de la espada, que no pudo cubrir el adarga contra villana fuerza, que el pobre don Quijote vino al suelo muy mal parado.
Mi ruina es verdadera... Mira. Señaló el triángulo de carne que dejaba libre el escote de su traje. Un collar de perlas descansaba sobre el blanco pecho. Miguel acabó por fijarse en estas perlas, atraído por la insistencia de ella. Falsas, escandalosamente falsas; todas descascarilladas, opacas y amarillentas como gotas de cera.
Palabra del Dia
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