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Actualizado: 22 de junio de 2025
No habría allí quien tuviese más fuerza que tú le dijo ella comiéndolo con los ojos. ¡Oh, sí! No era de los más flojos; pero todavía había algunos de más fuerza respondió él con modestia. Había desaparecido la cortedad de ambos. Tornaba aquella dulce fraternidad de antes. Gonzalo descansaba sobre el lecho con los brazos fuera. En cuanto se viera fuera de él, y con ánimos, se iba a Tejada.
Muchos eran los días que esta joya descansaba en su estuche. No se debe quitar el anillo de novios declaró sentenciosamente Diana. ¿Qué quieres? He estado tan atormentada, he pasado por tales angustias, que no es extraño que se me haya olvidado de ponerme hoy esa alhaja. Eso no es una alhaja, es tu anillo insistió Diana.
Y el líquido, hinchado por el fuego, adquiría fantásticas proporciones, pareciendo mucho más grande de lo que realmente fue; esparcíase en oleadas fuera de la vasija, para perderse sin utilidad alguna, hasta que acabó por apagar la lumbre. Y cuando la olla descansaba al fin, enfriándose, sólo tenía en su interior leves residuos.
Quedábase el tabernero entre barreras durante la corrida, animando al espada con su presencia y con los ademanes de un grueso garrote que no le abandonaba nunca. Cuando el muchacho descansaba junto a la valla, veía aparecer como un fantasma de terror la cara mofletuda y roja de su padre y la cabeza del grueso palo.
Ayestarain, que nos había dejado un instante, salió muy satisfecho del estado de la enferma; descansaba con una placidez desconocida aún. La madre miró a otro lado, y yo miré al médico: podía irme, claro que sí, y me despedí. He dormido mal, lleno de sueños que nada tienen que ver con mi habitual vida.
Si yo lo hubiera tenido bien presente no tomaría el grave disgusto que me ha causado tu proceder. Debiera analizarla como un mineralogista examina una piedra; hubiera visto que aunque sincera en la apariencia descansaba sobre motivos secretamente egoístas, y viviendo así prevenido la traición me hubiera dejado tranquilo.
El brazo izquierdo se apoyaba en el instrumento y la cara descansaba en una mano, oculta casi por la palma y los dedos. Con la diestra armada de un palillo golpeaba lentamente uno de los parches, y así permanecía inmóvil, en actitud reflexiva, con el pensamiento concentrado en su improvisación, contemplando el inmenso horizonte del mar a través de sus dedos.
La noche anterior, en un momento de calma, cuando Pep descansaba en su cocina con el brazo fatigado y el gesto triste del padre que acaba de pegar fuerte, el atlot, rascándose los golpes, había propuesto un arreglo.
Para conseguirlo, hacía esfuerzos increíbles de habilidad, y se molestaba lo indecible. Su imaginación, puesta al servicio de tal idea, no descansaba un instante. Unas veces era un baile campestre el que organizaba; otra vez hacía construir un escenario en el salón del Liceo, y ensayaba alguna comedia; otras, contrataba compañías de saltimbanquis o de músicos.
Y estos coquillos negros estaban muy pulidos por dentro, y en todo su exterior trabajados en relieve sutil como encaje. Cada taza descansaba en una trípode de plata, formada por un atributo de algún ave o fiera de América, y las dos asas eran dos preciosas miniaturas, en plata también, del animal simbolizado en la trípode.
Palabra del Dia
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