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Actualizado: 14 de noviembre de 2025
Señora dijo, se da usted una pena inmensa por simples quimeras... Cálmese... Fíe en mi buena amistad y en mi delicadeza. Me portaré de manera que no haya de verse turbada su tranquilidad... Le prometo abreviar todo lo posible mi estancia en Val-Clavin.
En su comportamiento con el prisionero, cuyo caballo ha caído muerto, da á conocer la delicadeza de sus sentimientos, y su espíritu verdaderamente caballeresco, llevándolo en su misma cabalgadura.
Lo veo tan rendido a mí, tan humilde, tan bueno, cuando podría tenerme completamente dominada, subyugada, y ¡jugar conmigo como con una pobre criatura sumisa! No sé: a veces pienso que si yo pierdo toda clase de orgullo y de maldad es porque usted no quiere usar del imperio que tiene sobre mí. Y debe ser esta delicadeza suya la fuerza que más me domina.
Concluida mi deprecación mental, corro a mi habitación a despojarme de mi camisa y de mi pantalón, reflexionando en mi interior que no son unos todos los hombres, puesto que los de un mismo país, acaso de un mismo entendimiento, no tienen unas mismas costumbres, ni una misma delicadeza, cuando ven las cosas de tan distinta manera.
Cuando empieza a recobrar el conocimiento y llega el momento crítico de las lágrimas, su hermana Micaela no puede contenerse; increpa violentamente a su papá. ¡Esto ha sido una verdadera barbarie! ¿Se ha figurado usted que su hija tiene el corazón de bronce?... ¡Bien poca delicadeza se necesita para herir de este modo a una pobre criatura!...
El huésped de don Silvestre, creyendo que las pretensiones del aldeano se reducían á pedirle alguna cantidad para reparar la avería, dispúsose desde luego á dársela bien cumplida; pero no quiso hacerlo sin que el aldeano se insinuase de alguna manera, temiendo herir su delicadeza. Y ¿qué es lo que usted pretende de mí? repuso con intención.
«En sus primeros tiempos, dice don Adolfo de Castro, fué Salinas poeta de muy buen gusto literario, y en los últimos se convirtió en conceptista y en todos demostró un gran ingenio, sazonado de burlas y de gran delicadeza en la declaración de afectos amorosos.»
Juan tuvo un violento acceso de desesperación, cuando se encontró solo. ¡Ah! era siempre el hombre del pueblo, sin delicadeza alguna. Acababa de hacer algunas observaciones ridículas, ¿y con qué derecho? Decididamente nunca sería un hombre de mundo.
Su delicadeza de mujer sublevábase contra estas torturas, al mismo tiempo que se llevaba el pañuelo al olfato para repeler los hedores de carnicería. Nunca había ido a los toros.
¿Y V. por qué ha hecho eso? le pregunté con la falta de delicadeza, mejor dicho, con la brutalidad de que solemos estar tan bien provistos los caballeros. Por nada repuso desprendiéndose de mi brazo repentinamente y echando a correr. La seguí y la alcancé pronto. ¡Qué polvorilla es V.! le dije echándolo a broma ¡Vaya un modo de despedirse!... Perdón si la he ofendido...
Palabra del Dia
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