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Ayer pasó por aquí una tropa de ellos, ahogados en el río, y pensé en Juanito. ¡Oh! ¡cómo los echaría de menos! ¿Tal vez estorbaremos si está enfermo? Visiblemente afectado, no sólo por este cuadro patético de la privación de Juanito, sino también por tan circunspecta delicadeza, se apresuró el padre a asegurarle que Juanito estaba mejor y que un poco de broma quizá le mejoraría algún tanto.

Había en aquel carácter una extraña y violenta necesidad del martirio, y si por la superioridad de su alma le era difícil hallar compañeros que se la estimaran y animasen, él, necesitado de darse, que en su bien propio para nada se quería, y se veía a mismo como una propiedad de los demás que guardaba él en depósito, se daba como un esclavo a cuantos parecían amarle y entender su delicadeza o desear su bien.

No tenía bastante penetración y delicadeza para comprender que el amor en Raimundo era, como en todos los seres verdaderamente sensibles, adoración extática más que deseo, esclavitud voluntaria, un enajenamiento de su propia vida para mejor vivir en la soberana de su corazón. Hay que hacerse cargo, además, de que hasta entonces no había experimentado jamás tal sentimiento.

Blanca, blanquísima, pelinegra y ojinegra, gruesecita, de mediana estatura, si no se descubría en ella esa distinción, esa delicadeza que tanto realza á la hermosura, no podía negarse que era hermosa, muy hermosa, pero con una hermosura plebeya, permítasenos esta frase.

Pero el gobierno despreciaba á las mujeres, y ella no podía obtener otra participación en la guerra que la de admirar el uniforme de su novio René Lacour, convertido en soldado. El hijo del senador ofrecía un lindo aspecto. Alto, rubio, de una delicadeza algo femenil que recordaba á la difunta madre, René era un «soldadito de azúcar» en opinión de su novia.

Con tanta delicadeza y sinceridad formuló su invocación, que Ferpierre se sintió conmovido. Pero todavía no quiso provocarlo a que se hiciera reconocer, esperando ver si él mismo aludía a las relaciones que los habían unido en otros tiempos.

Don Álvaro agradecía «la delicadeza» de sus cómplices y callaba también, tranquilo y satisfecho. A fines del mes comenzó la dispersión general; todos los que tenían cuatro cuartos, y muchos que no los tenían, dejaron la capital y buscaron la frescura de la playa.

Concluida mi deprecación mental, corro á mi habitación á despojarme de mi camisa y mi pantalón, reflexionando en mi interior que no son unos todos los hombres, puesto que los de un mismo país, acaso de un mismo entendimiento, no tienen las mismas costumbres ni la misma delicadeza, cuando ven las cosas de tan distinta manera.

Me ama, yo la amo; no se atreve a decírmelo; quiero hacer lo posible para que la confesión sea ligera y fácil, y eso la haría huir como si fuera objeto de un sangriento ultraje. ¿Qué significa eso? ¿hay acaso otros secretos que yo no conozco? No, señor intendente, no hay otros; pero tenéis que ser justo y reconocer la delicadeza de vuestra posición delante de mi pobre amiga. ¿Qué sois para ella?