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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Luego venía la labor llamada Cava bien, durante Enero y Febrero, que igualaba la tierra, dejándola llana como si la hubiesen pasado un rasero.
Después era Aurora sola la que cometía el nefando crimen, penetrando de puntillas en la alcoba, dándole a oler un maldecido pañuelo empapado en menjurje de la botica, y dejándola como dormida, sin movimiento, pero con aptitud de apreciar lo que pasaba. Aurora cogía al chiquillo y se lo llevaba, sin que su madre pudiera impedirlo, ni siquiera gritar. Despertó acongojadísima.
En cuanto á Dorotea, no diremos que el duque se alegrase de su muerte. Pero el corazón humano es un abismo. Dorotea era un cocodrilo alimentado con oro. Le sacrificaba. Viva Dorotea, no era posible dejarla. ¿Qué se hubiera dicho de la magnificencia del duque de Lerma? No dejándola, era preciso satisfacer sus gastos. Por la muerte de Dorotea heredaba Lerma un tesoro.
Una cuerda, prestada por un campesino de las inmediaciones, se ata fuertemente al tronco de una encina, y dejándola caer al fondo del abismo, oscila dulcemente por la impulsión de la pequeña corriente de agua, en la cual se moja la extremidad libre.
En seguida se separó de ella, dejándola confusa y asustada, como mujer a quien acaban de sorprender cometiendo un delito. El pecado, la condenación, la impiedad, habían sonado en sus oídos a modo de palabras vacías de sentido; las amonestaciones de un Bossuet no hubiesen ejercido en ella más imperio.
En la escalera tropezó a Narcisa y la empujó, dejándola pegada a la pared, con la boca abierta. Atravesó la casa en una desalentada carrera, bajó al corral y a poco la portalada roja se cerraba con estrépito detrás de la niña de Luzmela. En pleno campo corrió sin tino, huyendo siempre....
Las jóvenes inclinadas sobre el carel de la embarcación sumergían con deleite las manos en el agua, dejándola deslizarse con ruido entre sus blancos dedos ceñidos de sortijas, charlaban, gritaban, reían y se apostrofaban de una embarcación a otra.
Cuando después de un rato de silencio Clara fue a darle un beso la rechazó y levantándose bruscamente se fue a dormir a otro cuarto dejándola bañada en lágrimas.
En esta operación sentí que cedía bajo mi mano la tabla del fondo, y quedaba descubierto un hueco. En este hueco había una cajita muy bella de madera labrada. Traté de abrirla y la abrí sin esfuerzo: estaba llena de dinero, casi todo en onzas muy antiguas. Cerré la caja; ajusté la tabla que cubría el hueco, dejándola cuidadosamente como estaba, y me callé.
Pocas veces tenía necesidad de reprenderla, pero cuando lo hacía, Nuncita bajaba la cabeza y al poco rato se la veía llevarse el pañuelo a los ojos y salir de la sala, mientras Carmelita seguía sus movimientos con mirada fija, sacudiendo al mismo tiempo la cabeza severamente. Poco faltaba para que la castigase dejándola sin postre o mandándola a la cama.
Palabra del Dia
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