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Actualizado: 10 de junio de 2025


Volvió luego a sentarse lejos de él y con grave autoridad le informó de que andaba buscándole novia y aun le citó los nombres y le habló de las condiciones de tres o cuatro muchachas de la ciudad en quienes ella había puesto ya la mira. eres muy buena, muy buena, decía Arturito; pero es inútil el trabajo que estás tomando. Yo no quiero casarme. Yo sólo me casaría contigo.

Por la noche estaba hasta las doce y a veces hasta la una, no faltando ni aun cuando se veía acometido de sus terribles jaquecas. La sorpresa y confusión que a doña Lupe causaba esto no hay para qué decirlas, y no se satisfacía con las explicaciones que su sobrinito daba. «Aquí hay gato encerrado decía la astuta señora , o en términos más claros, gata encerrada».

Baldomero era juicioso, muy bien parecido, fornido y de buen color, cortísimo de genio, sosón como una calabaza, y de tan pocas palabras que se podían contar siempre que hablaba. Su timidez no decía bien con su corpulencia. Tenía un mirar leal y cariñoso, como el de un gran perro de aguas.

Por el contrario, usted me decía: «Haremos gran vida; recibiremos mucho, saldremos más, aprovecharemos los yates de nuestros amigos, y, si heredamos a la Condesa de Husson, tendremos caballos de carrera. ¡Un stud! Este es mi sueño.» ¡Ay! ¡pero no es el mío! Cada vez pienso y me convenzo más de la imposibilidad de ligarme a una existencia semejante.

Ana estudiaba el modo de oír a Visita sin enterarse de lo que decía, pensando en otra cosa, única manera de hacer soportable el tormento de su palique.

Se las oía gritar, desde la galería de cristales. Obdulia, Visita y Edelmira llamaban con aquellas carcajadas y chillidos a los hombres. Así lo comprendió Joaquín que propuso a Paco dejar el concierto de Quintanar y don Cayetano y correr detrás de aquellas. Deja, luego decía Paco, que gozaba mucho con las canciones antiquísimas de Ripamilán y ya se iba cansando a ratos de su prima.

56. Se decia que del Consejo aulico, que como queda dicho poco h

Moreno fue allá, y Guillermina, que aún no había acabado de reír, decía a sus amigas. «Es un angelón... No tenéis idea de la pasta celestial de que está formado el corazón de este hombre». Barbarita no tenía sosiego hasta no enterarse del por qué de aquel tumulto que en el salón había. Fue a ver y volvió con el cuento: «Hijas, que el rey se marcha». ¡Qué dices, mujer!

Reñía a su marido si con sus pies trasladaba la más leve pella de barro de la calle al salón, y revolvía la casa haciendo ir de cabeza a todos los domésticos apenas descubría en la cocina unas gotas de aceite derramadas fuera de la vasija o un pedazo de pan abandonado en un rincón. Una perla para la casa: ¿no lo decía yo? murmuraba el padre satisfecho. Su virtud era intolerable.

El Mediterráneo le inspiraba desprecio, con sus puertos como Alejandría y Nápoles, verdaderos pudrideros de todo el detritus de Europa. «Desde Gibraltar a Suez decía , ladrones a la derecha y a la izquierda. Antes robaban en el mar, y ahora esperan en los puertosSu amistad con Sánchez Morueta, que databa de la infancia, le había proporcionado un retiro en tierra.

Palabra del Dia

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