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Actualizado: 20 de julio de 2025


Mi menor hermano está en el Pirú, tan rico que con lo que ha enviado a mi padre y a ha satisfecho bien la parte que él se llevó, y aun dado a las manos de mi padre con que poder hartar su liberalidad natural; y yo, ansimesmo, he podido con más decencia y autoridad tratarme en mis estudios y llegar al puesto en que me veo.

«Versos dijo Mariano, alzando su cabeza y poniendo atención. ¿Te gustan los versos? preguntole Isidora, gozosa de sorprender a su hermano un síntoma de decencia. replicó el muchacho ; me de memoria los de Francisquillo el Sastre, que empiezan: Salga el acero a brillar, pues soy hijo del acero... Calla, bruto; esas son barbaridades.

No podía mirar sin horror los tabiques de esteras, más propios para atentar a la decencia que para resguardarla, y el vocerío de tanta chiquillería ordinaria le atacaba los nervios. Por las tardes, casi al anochecer, solía bajar a Madrid, para visitar a alguna amiga o dar una vuelta por las tiendas conocidas. En estas había poquísima gente.

Transcurrían algunos meses sin que don Roque se ablandase. «¡Ché, Gallego: no me pillarás otra vez!...» Pero la generosidad del bolichero acababa con sus temores, y de nuevo se anunciaba una corrida de caballos. Si la fiesta había terminado sin peleas, González, triunfante, reñía al comisario. ¿Lo ve usted?... Este es un pueblo que progresa, y puede uno tener confianza en su decencia.

Y después del triunfo de su hijo sobre la impiedad representada en don Pompeyo Guimarán, después de aquella conversión gloriosa, su madre le admiraba con nuevo fervor y procuraba ayudarle en la satisfacción de sus deseos íntimos, guardando siempre los miramientos que exigía lo que ella reputaba decencia.

Estos curas tenían de sínodo 476 pesos, señalados en los reales tributos, los que percibía su religión, quien señalaba los compañeros y coadjutores que le parecía, poniéndolos y quitándolos a su arbitrio, o a pedimento de los curas, y a unos y otros les suministraba lo preciso para su comodidad y decencia.

Pero algunos pasos más allá encontraba la piel todavía fresca puesta sobre una alambrada, y esto le hacía sonreir. Así me gusta; que haya decencia y sólo se lleven lo que sirve para matar el hambre. El dueño del boliche soñaba con alcanzar algún día la riqueza de su compatriota, poseyendo inmensos alfalfares.

Vestido de señorito, tenía algo de gitano; cuando se disfrazaba de chulo, todos reconocían en él al señorito. Era un ser doble, que flotaba entre la decencia y el encanallamiento. Según decían sus amigos, causaba sensación entre las mujeres.

Bien diferente han sentido de los escritos de Miguel de Cervantes, así nuestra nación como las estrañas, pues como a milagro desean ver el autor de libros que con general aplauso, así por su decoro y decencia como por la suavidad y blandura de sus discursos, han recebido España, Francia, Italia, Alemania y Flandes.

A ver, echa aquí lo que tengas en el bolsillo. ¿Crees que la gente se mantiene con cañamones? ¿Crees que hay colegios de a ochavo como los buñuelos? ¡Qué puño!... Dame guita y verás. Tengo para no pordiosear. ¿Te ha dado el Canónigo? Lo bastante para poner a Mariano en una escuela y para vestirme con decencia. ¡Ah!, canóniga..., pitarás... Hablemos claro».

Palabra del Dia

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