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Actualizado: 20 de octubre de 2025


De cada pueblo deberían enviarse cada año a Candelaria, cuando menos, 4 muchachos y 2 muchachas, prefiriendo siempre a los hijos de los caciques, para que allí los destinasen a lo que fuese cada uno a propósito o tuviesen inclinación; y por cada uno de los que enviasen, debería acudir con uno o dos pesos mensuales, o con lo que se tuviese por conveniente señalar para ayuda de alimentos y vestuarios de ellos y ellas, que a todos se debían tener con decencia.

-No más, no más, señor don Quijote -replicó la duquesa-. Por digo que daré orden que ni aun una mosca entre en su estancia, no que una doncella; no soy yo persona, que por se ha de descabalar la decencia del señor don Quijote; que, según se me ha traslucido, la que más campea entre sus muchas virtudes es la de la honestidad.

Esta resplandeciente beldad llena de encanto y de misterio, tenía, cual fácilmente puede concebirse, numerosísimos y a veces no muy delicados apreciadores entre los jóvenes y viejos amigos de la casa, pero la grave decencia, la fría reserva de la señorita de Sardonne derrotaban presto tan sospechosos homenajes.

La modestia y la gracia con que saludaba enardeció aún más al público. ¡Qué mujer! Una verdadera señora; y en cuanto a buenos sentimientos, todos recordaban detalles de su biografía. Aquel padre anciano, al que todos los meses enviaba una pensión para que viviera con decencia: un viejo feliz, que desde Madrid seguía la carrera de triunfos de su hija por todo el mundo. Aquello era conmovedor.

El primer consejo que le dió el personaje fué el siguiente: «tanto para que te presentes con la debida decencia en los sitios que deseas ver, como para quitar todo motivo á las burlas de la gente, debes vestirte á la moda, porque, amigo mío, dum Roma fueris ... lo que sigue».

-No ha habido lugar para ello -respondió el captivo- después que salió de Argel, su patria y tierra, y hasta agora no se ha visto en peligro de muerte tan cercana que obligase a baptizalla sin que supiese primero todas las ceremonias que nuestra Madre la Santa Iglesia manda; pero Dios será servido que presto se bautice con la decencia que la calidad de su persona merece, que es más de lo que muestra su hábito y el mío.

Gozaba en paz de su nueva fortuna y no se preocupaba de reanudar las costumbres incómodas que el mundo impone a sus esclavos; una pereza invencible le encadenaba a los placeres fáciles que no exigen ningún esfuerzo de decencia o de inteligencia. Pretendía, pues, que se encontraba bien, que no deseaba nada mejor y que cada uno se proporciona sus diversiones donde puede.

El mismo D. Sancho, que se hallaba desposeido de su trono; su abuela la reina Theuda; el rey de Navarra, su hijo; Ordoño IV, rey de Galicia; la condesa de Galicia, madre del conde Rodrigo Velascon; el conde D. Vela y sus hijos, etc.: todos los cuales fueron alojados, mantenidos con gran decencia, y espléndidamente agasajados por An-nasír y Alhakem, que se preciaban de ser el amparo y refugio de los príncipes estrangeros.

Los rústicos, que entonces no pagaban contribuciones e impuestos, servían a su rey, y salvaban la propia alma dándonos la mejor gavilla de cada diez, con lo cual los graneros de la Iglesia Primada eran insuficientes para contener tanta abundancia. ¡Qué tiempos aquéllos! Había fe, Gabriel, y la fe es lo principal en la vida. Sin fe no hay virtud, ni decencia... ni nada.

Otra preguntaba si valía el quinqué de petróleo. A las niñas que debían salir al portal con velas, se les pusieron los pañuelos de Manila llamados de talle, y la que tenía botas nuevas se las calzaba; la que no, salía como estaba, con las alpargatas llenas de agujeros. «No se quiere lujo, sino decencia» repetía Guillermina, que comunicaba su actividad febril a todos los vecinos y vecinas de la casa.

Palabra del Dia

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