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Actualizado: 24 de julio de 2025
Ya tenían bastante; si querían algo más debían pagarlo por adelantado. ¡Qué falta de respeto! ¡Tratar así a personas que han hecho concejales, retirándose después a la vida privada...! Y miraban fieramente al cafetinero, mientras rebuscaban con furia en sus andrajos, con la indignación de una ofensa irreparable y mortal.
A los acordes de éste la gente empezó a reunirse en el corredor donde se hizo una tertulia en que el piano alternaba con la guitarra, mientras Melchor atendía a todos, como dueño de casa, haciendo servir algunas botellas de sidra espumante. Llegó luego la hora de las carreras que debían empezar por la del premio ofrecido por Lorenzo y en la que tomarían parte cinco caballos.
Pero, mientras que se desplegaba tanto celo en adelantar los conocimientos astronómicos que debian perfeccionar los geográficos, el hemisfério austral, por la naturaleza misma de estas investigaciones, quedó desatendido é inmovil en medio de este gran impulso dado á los trabajos científicos.
Cuando más en punto estaba el idilio, se presentó el traidor de la comedia: un banquero estúpido y feo y más ladrón que Brunelo, con dos avaricias insaciables: la del dinero y la de los blasones. Ambas cosas debían de abundar en casa de Nica Montálvez, sobre todo desde la muerte de su abuelo, un traficante muy listo que dejó al imbécil de su yerno una renta de cincuenta mil duros.
¿Uno y otro no debían aconsejarla que salvara al hombre amado y al correligionario? También eso era cierto. Si el Príncipe había muerto a la Condesa, la joven debía intentar salvarle, tanto por amor al hombre, como por amor al partido. Bien; pero ¿y la prueba? ¡Ah! ¡la prueba! ¡Hay que encontrarla todavía!
Yo no me vengo, no os he dicho nada que merezca la pena de que me tratéis así. Habéis querido hacerme sospechar de mi esposa. ¡Jesús María! ¡vea vuestra merced lo que es ser los hombres maliciosos! No es necesario ser malicioso. ¿Pues yo qué os he dicho? Pues eso es lo malo, que no habéis dicho nada. He dicho que los hombres viejos no debían casarse teniendo hijas jóvenes y bonitas.
Tienes razón, María..., no te comprendo... Mi padre fue un hombre honrado, y tampoco te comprendería... Mi abuelo fue un militar que perdió la vida defendiendo a su patria, y tampoco te comprendería... Pero mi padre y mi abuelo se ofenderían, como yo me ofendo, de que alguno les recordase que debían guardar los secretos que se les confiaba.
La sumisión cobarde del Vara de plata era la primera victoria de los más audaces que formaban el acompañamiento de Luna. El sacerdote avaro y despótico bajaba los ojos ante ellos y sonreía con el deseo de ser agradable. Esto se lo debían al maestro.
Sus rubicundos cabellos y sus patillas inglesas, incluso su bigote recortado como el de los banqueros de Lombard Street, debían el brillo de su lustro a las caricias de un pan de cosmético en constante ejercicio sobre la mesa de toilette. No hay duda, el doctor Montifiori vivía teñido desde los pies hasta la cabeza.
Los objetos se le caían de las manos; equivocaba una cosa con otra; empaquetaba ropas que debían quedar en la casa, y ponía bajo llaves lo más indispensable para el viaje. Fueron llegando unos tras otros los amigos, noticiosos de su viaje.
Palabra del Dia
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