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Actualizado: 24 de junio de 2025
España es el país clásico de las formalidades ridiculas y enfadosas, sin que por eso se evite el contrabando en inmensa escala, ni dejen de prevaricar los funcionarios subalternos. Debíamos partir para Cádiz, despues de una corta residencia en Málaga, y sinembargo fué preciso hacer visar los pasaportes por la Gobernación, y llenar una fórmula en el despacho de la Sanidad.
Hasta las guardesas, viejas y pobremente vestidas, que, con la bandera recogida, daban paso al tren, ostentaban entre sus cabellos grises algún clavel o alelí. Por fin nos apartamos del Empalme. Debíamos parar en Sevilla.
¿Y qué hemos hecho, señor, más que lo que debíamos? dijo con la mayor audacia Cristóbal Cuero, el paje rubio amante de la Inesilla. ¿Cómo que lo que debíais? ¿Pues no habéis intentado envenenar á su majestad? ¿Quién os ha dicho eso, señor Montiño? dijo Cristóbal. ¿Quién ha de habérmelo dicho? ¡Los funestos, los terribles resultados!
Eran cerca de las tres cuando Juan llegó al presbiterio. Me dijiste hoy, que tenías que hablarme... ¿de qué se trata? De algo, padrino, que va a sorprenderos, a entristeceros, y me entristece a mí también. Vengo a despedirme de vos. ¡A despedirte! ¿Partes? Sí, parto. ¿Cuándo? Hoy mismo... dentro de dos horas. ¡Dentro de dos horas! pero esta tarde debíamos comer en el castillo.
En cierta ocasión me decía la señora, con una sencillez más que trágica: Se nos han muerto tres hijos: Luisín, porque el médico, a quien debíamos algún dinero, no quiso venir. ¡Julito y Nita, de hambre! ¡De hambre, sí! ¿No os parece una horrible ironía que puedan morirse así dos criaturas al borde de una gran ciudad cristiana?
A la noche siguiente nos despedimos del vigoroso monje capuchino en la plataforma de la estación de Lucca, y subimos al tren, en el cual debíamos recorrer la primera parte de nuestro viaje de vuelta a Inglaterra.
"Aun bien dijo Cloelia , que traigo conmigo las joyas de mi señora." Y aconsejándonos los cuatro de lo que hacer debíamos, fué parecer del marinero que nos entrásemos el río adentro; quizá descubriríamos algún lugar que nos defendiese, si acaso los de la nave viniesen a buscarnos.
¿Y a dónde se marcha usted? preguntó Antonia con acento de tristeza. ¿A Italia? ¡Oh! ¡Italia! ¡Italia! exclamó Amaury estremeciéndose. Allí debíamos ir ella y yo. ¡No! ¡no! ¡De ningún modo!
Hemos hecho una jornada horrible, en el tren, en el carruaje, en medio del polvo, ¡y con un calor! ¡Nos sirvieron un almuerzo tan espantoso esta mañana en el hotel! y debíamos volver a comer allá a las siete, en el mismo hotel, para tomar en seguida el tren de París... Pero comer aquí será mucho mejor. Ya no decís que no. ¡Ah! ¡cuán buena sois, mi Zuzie!
Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes Saavedra, nos fue fecha relación que habíades compuesto la Segunda parte de don Quijote de la Mancha, de la cual hacíades presentación, y, por ser libro de historia agradable y honesta, y haberos costado mucho trabajo y estudio, nos suplicastes os mandásemos dar licencia para le poder imprimir y privilegio por veinte años, o como la nuestra merced fuese; lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hizo la diligencia que la premática por nos sobre ello fecha dispone, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula en la dicha razón, y nos tuvímoslo por bien.
Palabra del Dia
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