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Actualizado: 24 de junio de 2025


Es tan sencilla, y, sin embargo, tan extraordinariamente complicada a su vez, que las posibles combinaciones que pueden hacerse con ella ascienden a millones. ¡Piensa en ello! Pero tenemos la rima, la cual, distintamente, nos indica su arreglo. Y volví a repetir la copla. Es bastante claro, y debíamos haberlo visto desde un principio respondí.

Haz cuenta que estás a mi lado y que te hablo muy seria. ¿No hemos repetido ambos hasta la saciedad que debíamos sernos leales? Pues no merece perdón que por desconocer mi cariño me hayas ocultado las contrariedades que te ocasiona tu hermano.

A todo esto, no sabíamos a punto fijo lo que había dentro. Al día siguiente, a media tarde, comenzamos a ver la costa africana; una costa baja, de arena que brillaba al sol, con alguna colina de trecho en trecho. Debíamos estar cerca, por lo que dijo el capitán, de la colonia española de Río de Oro; se veía alguna que otra cabaña de moros salvajes y desharrapados.

Quisimos penetrar, pero los guardas del edificio, herederos históricos de la gravedad monacal, nos prohibieron la entrada con cara de priores, enviándonos al estanco de la Hacienda pública, en donde debiamos proveernos de una especie de credencial, mediante la limosna de dos francos, uno por cabeza.

Quisimos recoger al muchacho entonces, en Zamora, pero por un lado, ya comprenderás, las consideraciones a lo mucho que debíamos a don Tadeo... él insistió en que no se le quitáramos; decía que Tirso era tan bueno, que le había tomado tanto cariño... Además, la situación nuestra no era buena, es decir, nunca lo ha sido, jamás hemos podido ahorrar nada.

¡Es verdad! por eso debíamos hablar con franqueza y hemos hablado: en hay dos amores: uno puro, desinteresado, noble, profundo: el que usted me inspira: mi amor antes de hija, ahora de hermana: el otro amor es un desdichado amor, sin esperanza: un amor que enluta mi alma y la desespera: si un día me sorprende usted llorando, no lo extrañe usted: yo cuidaré mucho que los extraños no vean el dolor en mi semblante; todo el mudo me creerá feliz, y lo seré, en efecto, al lado de usted; pero... permítame usted que llore alguna vez por mi amor perdido; por el amor del hombre que Dios no me ha querido conceder.

Si bien es verdad que la Suiza alemana nos habia iniciado ya un poco, aunque muy de paso, en el conocimiento general de la índole de la fuerte y estimable raza germánica, donde quiera, al recorrer la region del Rin, debíamos encontrar diferencias muy notables en los rasgos característicos de las poblaciones.

Debíamos ir a la tertulia de doña Flora, y mientras llegaba la hora, mi amigo, que quise que no, hubo de darme nuevas lecciones de esgrima.

Aquisgran era la última ciudad de la Alemania del Rin que debíamos visitar en nuestra primera excursion. Mas tarde narraré mis impresiones respecto de Espira y otras ciudades que no he conocido sino en 1860 al recorrer la Alemania meridional, central y setentrional.

¡Felices ellos! ¡Qué de ilusiones! Todos hemos pasado por lo mismo... Lo malo es que deseamos marchar adelante en busca de algo más, cuando debíamos quedarnos con lo que tenemos. El príncipe asintió con la cabeza, repitiendo lacónicamente: ¡Felices ellos! Su voz era un réquiem. Estos encuentros sucesivos le hacían pensar en la muerta comunidad de la que era jefe irrisorio.

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