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Oye la carta acusadora de tu tío, y oye la contestación que le di, documento importantísimo de que he guardado minuta. D. Pedro sacó del bolsillo unos papeles y leyó lo que sigue: Carta del deán. «Mi querido hermano: Siento en el alma tener que darte una mala noticia; pero confío en Dios que habrá de concederte paciencia y sufrimiento bastantes para que no te enoje y acibare demasiado.

Sr. duque de Medinaceli y el venerable dean y cabildo de ella en el Juicio de propiedad intentado por su excelencia por caso de corte en la Real Chancillería de Granada. Archivo, Caj. Murió el obispo D. Fernando Gonzalez Deza y fué enterrado con sus padres en la capilla que habia erigido á S. Acacio.

Fundada, segun el mismo autor y segun Gomez Bravo, por el dean D. Pedro de Ayllon, en 1294. Tampoco existe ya. Del último tercio del siglo XIII, pero de año incierto. De esta capilla de S. Gil, que tampoco existe hoy, tenemos noticia por el citado m. s. de Sanchez Feria. Parece ser que la fundó en 1300 el arcediano de Castro D. Gonzalo Perez, quien la renunció en el cabildo por los años de 1376.

¡Absurdo! afirmó el canónigo regalista. Señores, los deberes no pueden contradecirse; el deber social, por ser tal deber, no puede oponerse al deber religioso... lo dice el respetable Taparelli.... ¿Tapa qué? preguntó el Deán . No me venga usted con autores alemanes.... Este Mourelo siempre ha sido un hereje.... Señores, estamos fuera de la cuestión gritó Ripamilán el caso es....

El epílogo, además, da algunas noticias sobre los personajes secundarios que en la narración aparecen y cuyo destino puede acaso haber interesado a los lectores. Se reduce el epílogo a una colección de cartas, dirigidas por D. Pedro de Vargas a su hermano el señor deán, desde el día de la boda de su hijo hasta cuatro años después.

Alguien dijo que le había visto en la calle socorrer a un pobre, mirar con piedad a una mujer perdida, y acariciar a un niño... Pero nadie sabía quién era. Todos le han olvidado. Estaba el deán tomando chocolate y leyendo entre sorbo y sopa un diario neo católico, cuando entró en su cuarto el ama, diciendo sobresaltada: Señor, ahí está Garcerín, y dice que la catedral se viene abajo.

Nadie extrañó en el lugar la indisposición de Pepita, ni menos pensó en buscarle una causa que sólo nosotros, ella, D. Luis, el señor deán y la discreta Antoñona, sabemos hasta lo presente. Más bien hubieran podido extrañarse la vida alegre, las tertulias diarias y hasta los paseos campestres de Pepita, durante algún tiempo. El que volviese Pepita a su retiro habitual era naturalísimo.

Preocupados solo de su salvación, el deán y Molina no se habían mirado en el camino, pero al detenerse cerca del Santo se contemplaron mutuamente exclamando de mala manera al mismo tiempo: ¿Usted por aquí? Encontrarse y comenzar a reñir, todo fue uno.

El mismo De Pas le salió al encuentro. El Deán no hablaba casi nunca, y paseando menos. Se emparejaron y don Fermín siguió como si estuviera solo.

Y deseando servirles de amigable componedor, añadió: Veamos si puedo conseguir que hagáis las paces. Contádmelo todo. Yo habló el deán encargué a este hombre, que era pintor, cuatro figuras, y él en desprecio de lo más santo y sagrado... pintó lo que le dio la gana. Las tres primeras eran soberbias, ¡pero la cuarta!...