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Actualizado: 1 de junio de 2025
No respondió este presuroso, aprovechando la ocasión que tan pronto se le ofrecía de hablar a solas con Currita. Pues le llevaré a usted en mi berlina adonde quiera. A la calle de Isabel la Católica... Tengo que hacer en la embajada alemana. Justamente me coge de paso.
Mientras la de Albornoz hablaba, Isabel Mazacán, muy impaciente, cuchicheaba al oído de Butrón, diciéndole: ¡Pero qué grandísima embustera!... ¡Pero qué modo de inventar historias!... ¡Mentira, Butrón, mentira todo!... Si me dijo García Gómez que justamente en el consejillo había dado cuenta el ministro de Ultramar del deseo de ella, y entonces quedó acordado el nombramiento, supuesta la aprobación de la Cisterna... Hoy, hoy por la mañana, es cuando debe de haber ido el presidente del Consejo a notificárselo a Currita.
Y apartándose un buen trecho, púsose a garrapatear con ardor febril en su cartera, no sin que todas las damas y muchos caballeros vinieran a hacérsele presentes, mendigando una mención honorífica en aquella crónica que había de ser al otro día la great attraction de la corte. La apoteosis de Currita prometía ser ruidosísima, y preciso era figurar en ella, aunque sólo fuera de comparsa.
Currita recogió, en efecto, el guante, y puesta en guardia al punto, manifestó su asombro con ingenua sencillez de cándida tortolilla. ¿De veras?... ¡Cuánto me alegro!... Supongo que habrá convidado a las novicias del Sagrado Corazón...
María Valdivieso se quedó muy edificada, y las dos primas salieron, cogiendo Currita, distraída con la conversación, un guante blanco y otro negro. Echó de ver su error al ir a ponérselos, ya cerca del teatro, y quiso volver a su casa para cambiarlos.
La señora estaba servida, mereciendo él la corona triunfal de los Juegos Hípicos. Currita encontró enfilados a la puerta de su casa tres coches, reconociendo al punto en uno de los cocheros la escarapela encarnada, propia de los ministros. Apeóse entonces en las mismas caballerizas, y por una escalera reservada para el uso de la servidumbre llegó a sus habitaciones sin ser vista de nadie.
Diógenes, mirando también hacia el mismo sitio, cogió a Jacobo por un brazo y echó al mismo tiempo, con la mano izquierda, una gran bendición en el aire. Riéronse los del palco estrepitosamente, y Leopoldina dijo muy seria: ¡Anda!... Ya los casó Diógenes... Currita, muy alterada, volvió a preguntar: Pero ¿quién puede estar ahí?...
Y con sencillez verdaderamente progresista, añadió, recordando la rústica farmacopea de su tierra nativa: ¿Por qué no se pone usted dos ruedas de patatas en las sienes?... Eso alivia mucho. ¿Patatas? exclamó Currita estremeciéndose de espanto. ¡Jesús, Martínez, por Dios!... Prefiero la jaqueca.
Currita se encogió de hombros, disimulando bajo una perplejidad afectada el rayo de vanidosa alegría que iluminó su semblante. ¡Pero, Butrón, por Dios! dijo , por mí no hay inconveniente; pero ya ve usted que quien pierde aquí es Fernandito. Mira, Curra, Fernandito no pierde nada, porque nada tiene que perder... Tu marido es un imbécil Y eso lo sabe todo el mundo.
Recibióle ella con esa amable condescendencia, propia de las grandes señoras con cualquier pelafustán que las adula, y concedióle su petición al punto, quedando convenido que la revista publicaría el retrato de la condesa con el traje que había de lucir aquella misma tarde en la manifestación de mantillas y peinetas de la Castellana, y otros dos grabados conmemorativos, representando uno la fachada del palacio en el acto de ser invadido por la policía, y otro el momento en que salió Currita con varonil entereza al encuentro de los invasores.
Palabra del Dia
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