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En esto fueron razonando los dos, hasta que llegaron a un pueblo donde fue ventura hallar un algebrista, con quien se curó el Sansón desgraciado. Tomé Cecial se volvió y le dejó, y él quedó imaginando su venganza; y la historia vuelve a hablar dél a su tiempo, por no dejar de regocijarse ahora con don Quijote. Capítulo XVI. De lo que sucedió a don Quijote con un discreto caballero de la Mancha

Pero, como por aquel lugar inhabitable y escabroso no parecía persona alguna de quien poder informarse, no se curó de más que de pasar adelante, sin llevar otro camino que aquel que Rocinante quería, que era por donde él podía caminar, siempre con imaginación que no podía faltar por aquellas malezas alguna estraña aventura.

Cuando llegó la hora de almorzar, tenía ya muy buen apetito, y el comadrón y su esposa estuvieron muy amables con él, diciéndole que le agradecerían fuese todos los días, si tenía gusto en ello. Ya Quevedo no era celoso, y desde que su esposa se había redondeado hasta hacer la competencia a los quesos de Flandes, se curó el buen señor de sus murrias y no volvió a hacer el Otelo.

Estudié la medicina, y, aprovechando la guerra que a la sazón ardía en el Norte de España, vine al cuartel de Don Carlos. El nombre de mi padre me abrió todas las puertas y me dediqué a ejercer en los hospitales.... ¿Fue entonces cuando curó usted a Sardiola? Exactamente.

¡Oh! ¡Oh!... ¡! ¡!... ¡Oh! ¡Me acuerdo bien, !... ¡Después no lo he visto más!... ¡Y eso que voy al Ministerio como siempre!... ¿Y se curó?

, de cuando en cuando vengo: cuando veo que se amortigua mi odio, cuando me siento inclinado a pensar bien, cuando empiezo a echarle menos, me presento una vez, y me curo para otra temporada. Pero, ¿ no bailas? Es ridículo: ¿quién va a bailar en un baile? , por cierto... ¡si fuera en otra parte! Pero observo, desde que falto a esta casa, multitud de caras nuevas... que no conozco...

Iba decayendo de día en día y en poco estuvo que se muriese; pero la providencia de Dios, que sin duda le reservaba todavía para algo útil, quiso que, cuando menos lo pensaba, arrojase algunas varas de solitaria. Averiguada con tal motivo la enfermedad que le aquejaba, era fácil curarle, y en efecto, en poco tiempo se curó y quedó tan bueno como antes.

-No todas las cosas -respondió don Quijote- suceden de un mismo modo. ¡Hablara yo para mañana! -dijo don Quijote-. Y ¿hasta cuándo aguardábades a decirme vuestro afán? Dio luego voces a Sancho Panza que viniese; pero él no se curó de venir, porque andaba ocupado desvalijando una acémila de repuesto que traían aquellos buenos señores, bien bastecida de cosas de comer.

Entonces arrojó la pluma pecadora y se curó de toda tentación de meterla en donde no la llamaran; pero, en cambio, fue desde aquel momento un devoto, hasta lo místico, del arte en todas sus verdaderas manifestaciones, sin temores ni barruntos de que pudiera incurrir jamás en el feo vicio de profanarle con atrevimientos de aficionado, y con la lícita vanidad de ser el único español que, pudiendo, no había molestado a la paciencia pública con una sola «muestra de su menguado ingenio».

A lo que respondió Sancho: -De que sea mi bondad, señoría mía, tan larga y grande como la barba de vuestro escudero, a me hace muy poco al caso; barbada y con bigotes tenga yo mi alma cuando desta vida vaya, que es lo que importa, que de las barbas de acá poco o nada me curo; pero, sin esas socaliñas ni plegarias, yo rogaré a mi amo, que que me quiere bien, y más agora que me ha menester para cierto negocio, que favorezca y ayude a vuesa merced en todo lo que pudiere.