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Actualizado: 18 de mayo de 2025


¡Sangre!... El rojo escandaloso de la sangre por todas partes: en la chaqueta y la camisa, que cayeron como guiñapos al pie de la cama; en la blancura rígida de las gruesas sábanas; en el cubo de agua que se iba coloreando al mojar Pep un trapo para lavar el busto del herido. Cada prenda arrancada de su cuerpo esparcía en torno una menuda lluvia.

Pero como el alma no habria tenido ocasion de comparar esta sensacion con ninguna otra, no seria capaz de apreciar la diferencia producida por la distinta posicion y la mayor distancia; y así referiria todos los puntos á un mismo plano, tomando por desiguales las caras del cubo que en realidad no lo eran.

El hilo de agua ó la columna líquida, según la fuerza del arroyo periódico, murmura dulcemente ó ruge con estrépito por el estrecho corredor resbalándose rápidamente por una sucesión de grados; luego, al pie de la caída, ha formado una especie de cubo, ancha balsa donde las piedras arrastradas ruedan empujadas por la presión de las aguas.

Para comprender mejor esta verdad, supongamos que el objeto visto fuese un cubo dispuesto de tal manera que se presentasen al ojo tres de sus caras. Claro es que los tres planos aunque iguales, no se ofrecerian al ojo de la misma manera, por efecto de que su posicion respectiva no les permitiria enviar al ojo sus rayos de luz de un modo igual.

Sabía en números decimales la capacidad de todos los teatros, congresos, iglesias, bolsas, circos y demás edificios notables de Europa. «Covent Garden tiene tantos metros de ancho por tantos de largo, y tantos de altura»; y hallaba el cubo en un decir Jesús. El Real tiene tantos metros cúbicos menos que la Gran Ópera.

Teresina entraba y salía sin pedir permiso, pero andaba por allí como el silencio en persona; no hacía el menor ruido. Llevó el servicio del café, volvió a buscar un jarro de estaño y el cubo del lavabo; entró de nuevo con ellos y una toalla limpia.

Ojeda escuchaba con ojos distraídos la charla de su compañero. En los largos intermedios que dejaba el servicio, bebía el champán de su copa, sin percatarse de su insistencia. Isidro cuidaba de la botella amorosamente, haciéndola girar en el cubo de hielo para su enfriamiento.

Luego, abriendo del todo el postigo y sacudiendo la mano con impaciencia: Presto, presto agregó; cruce vuesa merced el patio y el huerto, y suba a la torre. Cuando Ramiro se halló en lo alto del cubo, desde cuya plataforma había visto atardecer siendo niño, en compañía del enano, apoyó su espalda contra las almenas y se puso a esperar.

Y el cubo de esta rueda era un cráneo, blanco, limpio, brillante, como si fuese de marfil pulido; un cráneo enorme lo mismo que un planeta, que permanecía inmóvil, mientras todo giraba en torno de él; un cráneo luminoso como la luna, que con sus negras oquedades parecía gesticular malignamente, burlándose silencioso de todo este movimiento. La rueda giraba y giraba.

Otras veces era la angustia de haber sido pisado por una bestia de enorme pesadumbre. Le echaban un cubo de agua por la cabeza, y luego, al recobrar los sentidos, obsequiábanle con un gran trago de aguardiente de Cazalla de la Sierra. Ni un príncipe podría verse mejor cuidado. A la plaza otra vez.

Palabra del Dia

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