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Actualizado: 19 de junio de 2025
Todos se alzan del asiento, excepto la señora de Calderón, en cuyo rostro parado se dibujó una vaga sonrisa de placer. ¡Ah, Clementina! ¡Qué milagro el verte por aquí, mujer! La dama se adelantó sonriente, y mientras besaba a las señoras y daba la mano a los caballeros, respondía a la cariñosa reprensión de su cuñada. ¡Anda!
Y la mejor prueba de que me equivocaba de medio a medio, es que estoy escribiendo el prometido libro, aunque confieso que ni me puede servir a mí para lanzarme a la política, ni tiene nada que ver con el Tirol. Y bien puedo añadir que tampoco merecería la aprobación de la Condesa mi cuñada, suponiendo que yo lo sometiese a su severa censura; cosa que me guardaré muy bien de hacer.
Núñez dio un prolongado chupetón al cigarro, sacudió la ceniza con el dedo meñique. ¿Barragán ha visto o ha olido a tu cuñada? preguntó al cabo con afectada indiferencia. Dice haberla visto cuando se inclinó para tomar el vaso replicó Tristán sin perderle de vista. ¡Oh! entonces no hay cuidado.
Pero Clara en aquel momento se abrazó a ella y estalló en sollozos. La estupefacción de su cuñada llegó a los últimos límites. ¡Cómo! ¿Qué significa esto...? ¿Qué le ha hecho usted a mi hermana, caballero...? ¡Dígalo usted ahora mismo! ¡Ahora mismo o me pierdo y le tiro a usted del bigote!
Ya veo a mi mujer detrás de las cortinas... ¡adelante, Juanillo, adelante!... Está la pobre en camisa... ji... ji... me hago como que no la veo... se va a creer que estoy loco... ¡ji ji!... ¡adelante, Juanillo, adelante! Juan obedecía a su hermano, aunque sin gusto ya, porque deseaba conocer a su cuñada y besar a sus sobrinos.
Elena bajó del suyo, entró en la casa y llamó en la puerta de Visita al tiempo que cruzaba por el pasillo una persona, la cual, así que sonó el timbre, tiró del pestillo y abrió. Elena se encontró frente a frente con su cuñada Clara. La estupefacción de ambas fue inmensa. Elena pensó que allí mismo iba a morir.
Veamos, veamos, porque yo no sé cómo mi hermano Jerónimo, siendo quien era, pudo cargar con hijos de otro. Y volvió á la lectura. «No siendo hijo de nuestro hermano, no tengo que asegurarte que tampoco lo es de nuestra cuñada Genoveva, porque te consta que si como era virtuosa y honrada, hubiera sido hermosa, habría sido un prodigio.»
Don Braulio, según sus quehaceres o su humor, iba o no iba con su mujer y su cuñada a estas diversiones y fiestas, a las que Rosita tenía buen cuidado de convidarle siempre. Pasaron meses desde la noche en que por vez primera habían aparecido en la tertulia de la Condesa don Braulio, su mujer y su cuñada. Todas las prudentes reflexiones de don Braulio a su mujer habían sido inútiles.
Cuando después de una separación escandalosa se refugió en casa de su hermana con una niña todavía en la cuna, resto de aquel lamentable naufragio, aceptó sin dificultad y hasta con una especie de alivio las condiciones de la condesa, que exigió que Blanca pasase por hija suya y que no se hablase jamás de la madre, a quien se negaba a reconocer por cuñada.
Lo puse en manos de Rosa y le pregunté: Por si no has visto el retrato de Rodolfo V, ahí lo tienes. ¿Crees todavía que nadie se acordará de aquella vieja historia si me presento en la Corte de Ruritania? Mi cuñada miró el retrato y después a mí. ¡Cielo santo! exclamó arrojando la fotografía sobre la mesa. ¿Y tú qué dices, Roberto? pregunté.
Palabra del Dia
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