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Actualizado: 16 de octubre de 2025
Y la mano del bufón estrechaba ardiente y calenturienta la mano de Dorotea, y sus ojos cruzados, encendidos, extraviados, se fijaban en ella con una ansia dolorosa, y en su boca entreabierta, por la que salía una respiración ronca, asomaba ligera espuma blanca. La joven se aterró al ver el aspecto del bufón, y quiso desasirse.
Primeramente había reinado en Nicea, refugio de los emperadores griegos mientras Constantinopla estuvo en poder de los cruzados, fundadores de una dinastía latina; luego, cuando, muerto Vatacio, el audaz Miguel Paleólogo reconquistaba Constantinopla, la viuda imperial se veía solicitada por este aventurero victorioso.
Mi abuelita, que vende hortalizas todas las mañanas en la rue Lepic. Yo estoy orgullosa de mis ascendientes, lo mismo que un nieto de los Cruzados. Risa general de las señoras, que poco á poco olvidaron á la vieja.
Brilla un sol de oro allí por sobre los árboles y sobre los pabellones, y es el sol argentino, puesto en lo alto de la cúpula, blanca y azul como la bandera del país, que entre otras cuatro cúpulas corona, con grupos de estatuas en las esquinas del techo, el palacio de hierro dorado y cristales de color en que la patria del hombre nuevo de América convida al mundo lleno de asombro, a ver lo que puede hacer en pocos años un pueblo recién nacido que habla español, con la pasión por el trabajo y la libertad ¡con la pasión por el trabajo!: ¡mejor es morir abrasado por el sol que ir por el mundo, como una piedra viva, con los brazos cruzados!
Imposible le era tranquilizarse, tanto más, cuanto que tenía siempre ante la imaginación la figura de Clara, de rodillas, con los ojos llenos de lágrimas y los brazos cruzados. Dábale compasión y después ira, sucediéndose tan atropelladamente estos dos sentimientos, que creyó sentir como una ebullición en el pecho y un vértigo en la cabeza.
Se atracó de vino, y cuando estuvo hecho una cuba se fue para su casa dando tumbos, diciendo a voces que iba a sentar las costuras a un caballero. Romadonga estaba allí como de costumbre. El sillero se le plantó delante con los brazos cruzados y le escupió más que le dijo: ¿Y usted qué hace aquí, vamos a ver? ¿Yo?... Sí, usted...
Sí, el pan del cuerpo... ¡que muero de hambre... de hambre!... Fueron sus últimas palabras razonables. Poco después empezaba el delirio. Celestina lloraba a los pies del lecho. Don Antero, el cura, se paseaba, con los brazos cruzados, por la sala miserable, haciendo rechinar el piso.
Vila a la claridad de la luna parada e inmóvil dentro del marco de la ventana, los brazos cruzados sobre el pecho, el busto un poco echado hacia atrás. Al envío del beso, contestó con un ligero movimiento de hombros; en seguida con su bella voz de contralto que tanto adoraba, dejó caer lentamente estas palabras: ¡Adiós... imbécil! Después no he vuelto a verla.
Los castellanos y leoneses miraban con los brazos cruzados los esfuerzos de los compañeros establecidos en el país, pensando con el duro egoísmo de la gente rural, que en nada les importaba cambiar la suerte del trabajador, ya que ellos al fin habían de volver á sus tierras.
Espirado el plazo de los seis meses quedáronse mas de setecientas familias en Portugal pagando al rei el tributo de cien cruzados cada una, i ciento mas con el de ocho cruzados por persona.
Palabra del Dia
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