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El emperador quería establecer la rancia etiqueta austriaca, pero las matronas mejicanas, al visitar á la joven emperatriz, le decían maternalmente, con una llaneza criolla: «¿Cómo le va, Carlotita?... ¿Qué le parece este país, hija mía?» A impulsos de una franqueza semejante, doña Mercedes terminaba diciendo: Papá, al ver que el Imperio iba mal, reconoció á Juárez y se fué con los republicanos.

Es fastidioso que se te haya olvidado mi hamaca, hija mía. La hubiéramos instalado en la escalinata. Hubiera sido inútil, mamá respondió Liette sonriendo y mostrando una hamaca que se columpiaba en la cubierta de cristales. Estoy segura de que es una atención de ese querido don Raúl exclamó la criolla muy gozosa; sabe que no puedo pasarme sin ella.

Su vida se deslizaría en la monotonía del trabajo diario y del negro cuidado de la existencia, más negro todavía cuando estuviese sola. Y, en un impulso de ternura inquieta, que asustaba a la descuidada criolla, la besaba locamente repitiendo: ¡Oh! querida mía, no me dejes, no me dejes jamás...

Este se retiró, diciendo medio entre dientes «¡qué criolla diabla!... cómo ha calzado»... La tardanza de Ricardo empezaba a preocupar a Melchor, que se disponía a ir o a mandar en su busca cuando al cabo de cuatro días de ausencia y en momentos en que se levantaban de almorzar, llegó a la estancia bajo un sol de fuego. ¿Cómo vienes a esta hora? fue el saludo de Melchor.

Mi excelente amiga la señora de Laroque en particular, mujer recomendable por diversos títulos, es en punto á negocios, de una incuria, una ineptitud y niñería, que sobrepasa lo imaginable. ¡Es una criolla! ¡Ah! es una criolla repetí con vivacidad. , joven, una vieja criolla respondió secamente el señor Laubepin.

Encabezando el grupo, iba la misma dignidad que ya hemos visto al lado del lecho mortuorio, con su uniforme carnavalesco de colorinches y su impasible cara de foca. Mientras depositaban el cajón en la bóveda de la familia, yo me perdí en las calles del cementerio. ¡Cuánta vana pompa! Cómo podía medirse allí, junto con los mamarrachos de la marmolería criolla, la imbecilidad y la soberbia humanas.

Verdaderamente que no hubiera sido preciso rogarme mucho para llevarme al fin del mundo en aquella pequeña y frágil barquilla. Al salir de los límites del parque, pasando bajo uno de los arcos que atraviesan la pared que lo rodea: ¿No me pregunta á dónde lo llevo, señor? me dijo la criolla. No, señorita: me es completamente indiferente. Lo llevo al país de las hadas. No lo dudo.

A nuestra derecha, la ribera opuesta á la escarpada, no presentaba sino una pequeña margen de pradera en declive, sobre la que algunas colinas cargadas de bosques, señalaban una franja de sombrío terciopelo. ¡A tierra, señor! dijo la criolla.

No me lo hubiera perdonado nunca, y con razón exclamó la joven miss cuando Carlos le explicó el origen de la cruz. Espere usted que se la prenda sólidamente. Y con sus dedos un poco temblorosos prendió la alhaja de esponsales en el uniforme de Carlos, como lo hizo sin duda la pobre criolla cincuenta años antes. ¡Ahora podían ya sonar las trompas!

Otro motivo de simpatía para la Lubimoff en sus días de benevolencia: ella era rubia y la criolla conservaba los restos de una belleza hispano-azteca, con la tez de un moreno algo verdoso, los ojos enormes, rasgados, oblicuos, en forma de almendra, y una cabellera asombrosa por su intensa negrura, su brillo y su longitud.