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Pero, con un poco de paciencia y de silencio, el período del luto habría pasado; y el amor, que hubiera sido hasta entonces un crimen, sería después un deber. »Nos comprendíamos sin hablar, y nuestros días pasaban en una dulce tranquilidad, en una dicha sin nombre; mis temores, mis inquietudes, mis antiguas desconfianzas, todo había desaparecido.

Nada, ¡pero aún estamos a tiempo! contestó el marido burlado, puesto en pie, con los puños apretados, avergonzado, como si se viera en camisa en medio de la plaza; furioso ante la idea de que no había habido allí nada, ningún crimen cuyo autor debía ser él, según exigían las leyes del honor... y del teatro.

Lo que estamos haciendo es un pecado grave, es un crimen. ¿Quién puede privarme del arrepentimiento, de reconciliarme con Dios y ser buenoEl arrepentimiento había sido en los últimos tiempos un vago deseo, gracias a la fatiga de su amor y aún más al miedo desapoderado que el infierno le inspiraba. Ahora se convirtió en verdadero anhelo. Verdad que ofrecía mayores atractivos.

Asegurados estos puntos principales, el tiempo irá consolidando la obra de organización unitaria que el crimen había iniciado, y sostenían la decepción y la astucia.

A luchar con la tentación al aire libre; a cansar la carne con paseos interminables; y un poco también a olfatear el vicio, el crimen pensaba él, crimen en que tenía seguridad de no caer, no tanto por esfuerzos de la virtud como por invencible pujanza del miedo que no le dejaba nunca dar el último y decisivo paso en la carrera del abismo.

De modo que le estranguló oprimiéndole la garganta contra un tope de la mesana con un cabo de cuerda que flotaba. ¡Crimen inútil! sólo el pensamiento se extinguió en aquel cuerpo, porque los brazos del cadáver estrechaban siempre las rodillas del fratricida, hasta que desaparecieron los dos.

A menudo, ni la ley puede castigarlos por este crimen, porque una fiebre o un delirio, que también se llama carnerada, se apodera de ellos, les quita la responsabilidad y el juicio y los impulsa a correr frenéticos por las calles y a chocar con el primero que más a propósito se les antoja, dándole a veces tan tremendo golpe en el pecho, que le causa la muerte.

En fin, los dos hacían bien, los dos estaban en el deber y la verdad: ella dejándose arrastrar; él, resistiendo; ella, sin pensar en un momento en la obscuridad de Juan ni en su pobreza; él, retrocediendo ante aquella montaña de millones como lo habría hecho ante un crimen; ella, pensando que no tenía derecho para discutir con el amor; él pensando que no tenía derecho para discutir con el honor.

En las naciones extranjeras abundan los escritores desapasionados y juiciosos, de quienes no podemos quejarnos; pero no escasean tampoco los escritores violentos, ciegos de furor, fanáticos con el fanatismo que hoy se estila, y tan acérrimos enemigos de España, que no hay crimen, maldad é infamia que no atribuyan á nuestra nación, infiriendo de ahí que la postración y decadencia en que hoy estamos es un justo castigo de Dios, y, si no cree en Dios el que de esta suerte quiere requebrarnos, una ineludible consecuencia de las leyes fatales, impuestas no se sabe por quién, que dirigen y ordenan la marcha de la humanidad á través de los siglos.

Y ¿por qué? dijo el médico, ¿por qué no hacerlo, cuando todas las fuerzas de la naturaleza demandan de tal manera la confesión de la culpa, que hasta estas hierbas negras han salido de un corazón enterrado, para que quede manifiesto un crimen que no se reveló? Eso, buen señor, no pasa de ser una fantasía vuestra.