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Actualizado: 16 de julio de 2025
En un momento se reunió allí medio pueblo. ¡Mira la Cereza, qué gorda viene! exclamaba un chico. Mira la Garbosa; ya tiene una cría decía otro. ¡Mirad, mirad la Morica, qué grande se ha puesto! Era una becerra y ya parece una novilla apuntaba un tercero. Todos conocían á las vacas por sus nombres y sabían sus cualidades y sus defectos como si fuesen propias.
Yo puedo, yo puedo... ¡vaya! replicó la otra contrariada . ¿Qué cree usted? Soy muy fuerte. Mi hijo no lo cría nadie más que yo. Y cuidado con hacerme disparates. Obedecer al médico... Nada de arrebatos de ira, ni devaneos. ¡Ah!, yo dudo mucho que usted sirva...
6 ni buscamos de los hombres gloria, ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo. 7 Antes fuimos blandos entre vosotros como la que cría, que regala a sus hijos. 8 Tan amadores de vosotros, que quisiéramos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino aun nuestras propias almas; porque nos sois carísimos.
Pero hoy dicen las niñas que el agua pudre la raíz del pelo, y no estoy de humor para armar gresca con ellas sosteniendo la contraria. También los borrachos dicen que prefieren el licor, porque el agua cría ranas y sabandijas. Mariquita tenía su diablo en su mata de cabellos. Su orgullo era lucir dos lujosas trenzas que, como dijo Zorrilla pintando la hermosura de Eva,
Pero su padre, don Federico, y usted no saben dónde ponerla, y querían que Su Santidad la santificara. ¡Ella dará el pago!, ¡ella dará el pago!, y si no, ¡al tiempo! Cría cuervos... ¿De qué sirve, Mariquita, cuanto he procurado ilustrar tu entendimiento, si no has llegado siquiera a adquirir la poca superioridad necesaria para sobreponerte a necedades sin valor ni importancia?
Que tienen comercio con los otros, de quienes se proveen de lienzos, añil y chaquiras, y que tienen una especie de lana que se cria en árboles, la que traen de la otra banda de la Cordillera, hacia el Cabo de Hornos, conchavándola á los indios.
Te la dí toda con el amor que en ella se cría; con afecto de hermana. ¿Qué sombra puede hacerte que sea yo la mujer legítima de D. Casimiro? ¿Por eso hemos de dejar de querernos como hasta aquí, más que hasta aquí? Nos querremos cuanto tú quieras y cuanto sea posible quererse, sin ofender á Dios. ¿Supongo que tú no querrás ofender á Dios? Contesta. No, mujer; ¿cómo he de querer yo ofender á Dios?
Sí, sí, pero vosotros cogéis un caudal de avellana y nosotros muy poca... Además, ¡criáis un ganado!... ¡Qué ganado, Virgen! En ninguna parte lo he visto tan lucido. Nolo se resistía á concederlo por modestia. Ella insistía, preguntaba por todas las vacas que conocía perfectamente, se interesaba por las que habían parido y quería saber el sexo de la cría y si estaban gordas ó flacas.
Al fin, la faz levantando, en su mirada infinita, avara, á Ataide abarcando, dijo, con voz inaudita, cual consigo misma hablando: ¡Maldita de Dios! ¡Maldita! Luégo, su voz lastimera resonó, vibrante, fiera, aterradora, sombría, cual rugido de pantera, que al temor se desespera de que la roben su cría.
Y todo aquello había sido movimiento, luz, vida, ruido, cantando en el bosque, volando por el cielo azul, serpeando por las frescas linfas, luciendo al sol destellos de todo el iris, al pender de las ramas, en vega, prados, ríos, montes.... «¡Indudablemente Vegallana sabía ser un gran señor!», pensaba suspirando Visita, que soñaba muerta de envidia con aquella despensa, exposición permanente de lo más apetecible que cría la provincia.
Palabra del Dia
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