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Actualizado: 22 de junio de 2025


Luego amó apasionadamente a Vahar, a quien trajeron de la India las primeras naves tirio-hebreas que fueron por allí. Esta Vahar, o dígase Primavera, era de la familia de los Sakias, reyes de Kapilavastu, y por consiguiente, parienta del ilustre Sakiamúni, que había de ser Buda, y fundar una religión en que creyese cerca de la mitad del humano linaje.

Pero bien podía suceder que Doña Francisca no lo creyese, y que se quebrantara el lazo de amistad que desde tan antiguo las unía; y si la señora se enojaba de veras, arrojándola de su lado, Nina se moriría de pena, porque no podía vivir sin Doña Paca, a quien amaba por sus buenas cualidades y casi casi por sus defectos.

Me dio como un desafío, el consejo de preguntar a mis amigos. Usted... los de Oreve... Pregunte usted a los de Oreve, si eso le tranquiliza... pero yo afirmo que no nada. Puede usted creer que soy demasiado amigo suyo para no ponerle en guardia si creyese indigna a su prometida.

Pero he dicho mal: nuestra situación no es extraña. ¡Nos ha reunido la Providencia de Dios! En efecto; en el conocimiento de nosotros tres, hay mucho de providencial, le dije, más por ser cortés con el buen exclaustrado, que porque yo creyese en la Providencia. Ya he dicho antes que en aquella época era yo impío.

No se daba por convencido Mordejai, que planteó por fin la cuestión en términos que justificaban la veracidad y firmeza de su afecto, a saber: para que él creyese lo que Benina acababa de decirle, convenía que se lo demostrara con hechos, no con palabras, que el viento se lleva. ¿Y cómo se lo demostraría con hechos, de modo que él quedase plenamente satisfecho y convencido?

Si yo creyese que se aproximaba la plenitud de los tiempos y que el linaje humano en las vías que sigue, trazado por el mismo Dios, se hallaba cerca del término que deseo y que considero infalible, yo condenaría esas pasiones que te agitan y te atormentan.

No te creerá; y si te creyese, ¿qué adelantarías? En vez de impedir mi venganza, como es la suya también, me ayudará. Hubo un largo silencio. El conde meditaba con la frente apoyada en la mano. De pronto se alzó violentamente y se puso a dar agitados paseos murmurando: ¡No puede ser! ¡no puede ser! La valenciana le seguía con la vista. Al cabo, dijo dando un paso hacia la puerta: Adiós.

Hasta la orgullosa doña Elvira, la hermana del marqués de San Dionisio, siempre ceñuda y de noble malhumor, como si se creyese postergada por haberse unido con un Dupont, concedía cierta confianza al señor Fermín, escuchándole con gesto semejante a los que había visto en el teatro, cuando una dama se digna conversar con el viejo escudero, confidente de sus pensamientos.

Y lo seré, señorita, si es que usted no me echa de su lado. La mejor diversión para hoy es ver honrada la romería de mi parroquia por la señora condesa. ¿Lo dices de veras? Señorita, le hablo con el corazón. No te creo. El mayordomo hizo mil protestas á cual más exagerada para que le creyese. Gracias, gracias. Ven conmigo, pero ya sabes que no te lo exijo. Señorita, por Dios, no me ofenda...

Al contrario, noté con asombro que se dirigía a él con preferencia a nosotros, cual si creyese que, por amarla también, era el único capaz de entender y apreciar su dolor. El tema constante de su discurso era que mucho más valía que se hubiera muerto él, ya que de nada servía en este mundo. Parecía irritado con Dios por haber cometido aquella equivocación tan lamentable.

Palabra del Dia

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