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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Nuestro joven se asustó un poco y pidió perdón con labio balbuciente: no porque creyese que había cometido ninguna profanación; pero temía que aquélla, poseída de su papel de «alma hermosa, inmaculadatardase demasiado en ceder a sus instancias. Guardó silencio obstinado la dama, en la actitud firme e imponente de una deidad herida.

Es verdad esto, Silvia? Verdad dice. Que le pediste á él? Poco te importa Saber lo que yo á Aurelio le pedia. Concediotelo al fin? Como yo quise. Entraos á dentro, que por fuerza os creo, Porque si no os creyese, convendria Castigar vuestra culpa con mil penas. Vanse.

No había quien no se creyese con derecho para darle acerca del particular su bromita más o menos pesada, según la educación del individuo. Mas, por mucho que lo fuesen, jamás se le vio enfadarse ni dar siquiera señales de impaciencia. Reía bondadosamente o se alejaba tapándose los oídos.

Por lo tanto, á esta enfermedad de su espíritu atribuímos la idea de que el ministro, al dirigir sus miradas hacia el cielo, creyese contemplar en él la figura de una inmensa letra, la letra A, dibujada con contornos de luz de un rojo obscuro.

Uno del grupo, que parecía ejercer cierta autoridad sobre sus compañeros de oficio, acogió tal proposición con un gesto despectivo, expresando luego su extrañeza de que un hombre tan sabio como el profesor Flimnap creyese aún que los sastres geómetras tomaban medida á sus clientes como en los tiempos remotos. Nos bastará conocer el diámetro de uno de sus tobillos y de una de sus muñecas.

Tornó a levantar la cabeza otras dos o tres veces y viendo aquellas insistentes sonrisas, se sintió molesto y salió al pasillo. Levantóse nuevamente el telón. La decoración representaba unas cavernas del infierno, aunque no era imposible que alguien creyese que se trataba de la bodega de un barco.

Roussel, Herminia y Mauricio, de pie delante de la mesa, se miraban estupefactos, aterrorizados, mudos. Por último Mauricio, como si no creyese á sus ojos, se inclinó hacia el jardín y buscó al espectro. Pero no vió más que un coche de alquiler que se colocaba delante de la verja, esperando á la terrible visitante. ¡Es ella! dijo por fin Roussel en voz baja. ¡Vais á ver! ¡Oh!

Sólo mi Joaquina tuvo noticia de ellas. La Condesa era una mujer singular. Arrastrada por la violencia irresistible de su afecto, veía a solas a su amigo, y luego lloraba como la Magdalena, rezaba, abominaba de misma como si se creyese el ser más abyecto y vil, y desesperaba hasta de que Dios la perdonase.

¿Quién sabe continuó el rebelde si en esas estrellas, que parecen guiñar sus ojos en lo alto, hay algo a estas horas de la luz de esos otros ojos que tanto amabas, Alcaparrón?... Pero la mirada del gitano delató un asombro, que tenía algo de compasivo, como si creyese loco a Salvatierra. Te asusta la grandeza del mundo, comparada con la pequeñez de tu pobre muerta, y retrocedes.

Ninguno hubo en la ribera que no pensase y creyese que yo quedaba muerto; pero cuando me vieron levantar en pie, aunque tuvieron el suceso a milagro, juzgaron a locura mi atrevimiento.

Palabra del Dia

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