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Actualizado: 14 de mayo de 2025
El barquero fatal me hace ya señas: las potencias celestes me invitan a desprenderme de todo humano cuidado. He llegado al fin de mi carrera y puede usted creerme que los aplausos de los hombres no me embriagan, porque apetezco ya los de los ángeles. Si aquéllos me alegrasen podría morir tranquilo, porque no está en el poder de usted ni en el de ningún critico el arrebatármelos.
Me echo á correr detrás y le grito: «¡Aguarda, aguarda un poco, Bartolo!» ¡Ay, amigos! ¡Quién le veía escapar por el prado del señor cura abajo!... Bien podéis creerme que perdía el culo. Todo no, pero un poco no le vendría mal perderlo aseguró un paisano. Sí; aún le quedaría bastante replicó Firmo.
Por cierto, marqués, que si mi bienestar personal fuera la única causa, puede usted creerme, despreciaría mis millones de España; pero me parece conveniente y de buen ejemplo, que una casa como la mía, no desaparezca de la tierra sin dejar tras ella, una traza durable, un monumento brillante de su grandeza y de sus creencias.
No, no, Héctor, no puedo soportar esto; es un ejemplo deplorable y escandaloso para mi hijo... ¿Raúl?... ¡Bah! El tío hizo un gesto que quería decir que estaba perfectamente enterado de la virtud de su sobrino. Y es una ofensa para Blanca. Esta vez la frente del anciano se ensombreció, y dejando el tono ligero que había tenido hasta entonces, dijo: Hazme el favor de creerme incapaz de tal cosa.
Acostumbrado a partir contigo todas mis penas y todos mis placeres, a extraer de tu corazón todos mis consuelos y todas mis esperanzas, a no creerme seguro de la posesión de un pensamiento o de un sentimiento al que tú no te encuentres asociado en algún modo, ahora, separado de ti por la fuerza de los acontecimientos, lanzado en medio de una nueva existencia, me costaría demasiado trabajo el no saber dónde depositar cada una de las emociones que este orden de cosas me destina.
Lavoteándome estaba aún para buscar por este medio una reacción consoladora, cuando entró Facia de puntillas por creerme todavía durmiendo, con el brasero que había sacado del gabinete por la noche, según costumbre, antes de acostarme yo. Viéndome levantado, me dijo que se alegraba, porque tenía que darme una noticia, y no buena. Pensé que se trataba de mi tío, y me alarmé.
Y se dirigió, con el frasco en la mano, hacia M. L'Ambert, que se había sentado al pie de un árbol y sangraba con tristeza. Caballero le dijo entre profundas reverencias, podéis creerme que lamento sinceramente el no haber tenido el honor de conoceros con ocasión de un acontecimiento menos desagradable que este.
Tú le convendrías a él con pedirle dos reales menos que otro cualquiera, y a tí, como son pocas horas, de noche, y yo te taparé cuando faltes... vamos, que puedes ganar eso... si no te repugna... Díselo a tu padre. Y ¿por qué me ha de repugnar? ¿Qué tengo que decírselo a mi padre? Acepto desde ahora... y te lo agradezco de veras. Puedes creerme: ya ves cómo estamos en casa.
Dejo de referir aquí, para no pecar de prolijo, los lamentos y quejas de esta dama, las muestras de dolor y de enojo, combinadas con las de piedad, al creerme víctima de un amor desesperado por ella, y los demás extremos que hizo, y a los cuales todo atortolado no sabía yo qué responder ni cómo justificarme. Pero no fue esto lo peor, ni se limitó a tan poco la maldad de la chacha Ramoncica.
Mi humildad me inducía a creerme un salvaje entre civilizados. Mi timidez me hacía pasar unos momentos horribles; una palabra, un gesto, cualquier cosa bastaba para que la sangre me subiese a la cara. Dolorcitas sonreía al verme turbado. Veía que sufría y se alegraba. Era la crueldad natural de la mujer.
Palabra del Dia
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