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Y andando, andando, y partiendo los unos de un principio falso y los otros de una verdad santa, llegan todos de la exageración al engaño, y pasan luego a la demencia; pareciéndoles a aquellos que pueden servir de guía a la juventud las crudezas de Zola, y creyendo estos que no conviene enseñar a los niños el Credo y los Artículos de la Fe sin introducir algunas prudentes modificaciones, de que yo pudiera citarle algún ridículo ejemplo.
Hasta cierta edad es perdonable ese modo de vivir; pero ya eres mayor y debieras servir a tu patria y mostrar que vales... ¿Por qué no te haces elegir diputado? ¿Por qué no te interrogas sobre tus propias opiniones, te forjas tu credo político, te trazas tu línea de conducta, y entras en la vida pública? ¿Vas a llegar a viejo, En cínica e infame soltería,
«Acabada la Salve y letanía dijo el Maestre, que allí es preste; «digamos todos un credo á honra y honor de los bienaventurados Apóstoles, que rueguen á nuestro Señor Jesucristo nos dé buen viaje.» Luego dicen el credo todos los que le creen.
A la mañana siguiente se encontró curada de su melancolía y muy confiada en la infinita misericordia de Dios.» Los fieles se apretaron más en torno del púlpito para escuchar el ejemplo y gustaron con deleite su sabor novelesco. La novena terminó con una oración en latín. La muchedumbre rezó un Avemaría y un Credo. El clérigo bajó de la tribuna. Hubo fuerte y prolongado rumor en la iglesia.
Las palabras simbólicas, no obstante la obscuridad emblemática del título, eran sólo el credo político que reconoce y confiesa el mundo cristiano, con la sola agregación de la prescindencia de los asociados de las ideas e intereses que antes habían dividido a unitarios y federales, con quienes podían ahora armonizar, puesto que la común desgracia los había unido en el destierro.
Por desgracia, no depende esto de mí. Para ser diputado, importa proponerse algo con serlo, y yo nada me propongo. Usted misma lo declara: importa tener un credo político y trazarse una línea de conducta. Pero en balde me interrogo: yo no sé lo que quiero ni lo que creo. Casi todos los partidos me parecen bien y me parecen mal.
¿No te lo decía yo? -dijo don Quijote-. Espérate, Sancho, que en un credo las haré.
Allí rezamos un Credo, postrados todos de hinojos; eché algunos cuartos en el cepillo del santuario, volví á montar sobre el macho, y con un «buen viaje» de todos y una mirada de mi señor padre que hizo brotar las lágrimas de mis ojos, partimos mis dos amigos y yo para Salamanca, adonde llegamos sanos y salvos, después de mil divertidos episodios, que tal vez le cuente en otra ocasión, á los diez y nueve días, ocho horas y catorce minutos.
Y viendo que el teatino le quería predicar, vuelto a él, le dijo: «Padre, yo lo doy por predicado; vaya un poco de Credo, y acabemos presto, que no querría parecer prolijo». Hízose así; encomendóme que le pusiese la caperuza de lado y que le limpiase las barbas. Yo lo hice así. Cayó sin encoger las piernas ni hacer gesto; quedó con una gravedad que no había más que pedir.
Pablito hallaba tan feo el ser asesinado por un des-conocido, que no quiso detenerse un minuto más en la romería. En cuanto salió a la carretera, donde le esperaba Piscis, montó a caballo, y se trasladó en un credo a la villa. El sol se estaba poniendo.
Palabra del Dia
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