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Actualizado: 17 de junio de 2025


-Con todo eso -replicó el caminante-, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caballeros, y, de una en otra, se les viene a encender la cólera, y a volver los caballos y tomar una buena pieza del campo, y luego, sin más ni más, a todo el correr dellos, se vuelven a encontrar; y, en mitad de la corrida, se encomiendan a sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno cae por las ancas del caballo, pasado con la lanza del contrario de parte a parte, y al otro le viene también que, a no tenerse a las crines del suyo, no pudiera dejar de venir al suelo.

Estas fiestas, juegos y cantos son de repente interrumpidos por lamentos, que se oyen detrás de la escena, y pronto la invade una multitud de gente del comendador de Ocaña, que, habiendo querido hacer gala de su destreza en una corrida de toros en las inmediaciones, se ha caído con su caballo, y está casi moribundo. Peribáñez acoge en su casa al herido, y le prodiga los más afectuosos cuidados.

Al cabo de tres dias, receloso De que la gente está fortalecida, Levó ferro con furia deseoso De hallar pillar en su corrida. Por el parage pasa, presuroso, De Lima, la cosa conocida, El Conde del Villar á Pedro Arana Trás èl envia con gente muy lozana. El enemigo yendo navegando, Y tomando un navio en el camino, Aquello que le agrada mas robando, Al piloto llevarle le convino.

Desmontábanse los jinetes, hablando con animación de los incidentes de la corrida. Carmen vio a Potaje apearse con toda la pesadez de su vigorosa humanidad, lanzando una retahila de maldiciones al «mono sabio» que le ayudaba torpemente en su descenso. Parecía entorpecido por sus ocultas perneras de hierro y por el dolor de varios batacazos.

¡Está muerto! tal fue el grito que exhaló unánime el brillante grupo que rodeaba al desventurado joven, y que de boca en boca subió hasta las últimas gradas, cerniéndose sobre la plaza a manera de fúnebre bandera. Transcurrieron quince días después de aquella funesta corrida.

Por otra parte, se habia anunciado una gran corrida de toros en la plaza de aquella pequeña ciudad, y yo deseaba vivamente conocer este espectáculo singular y típico, que tanto difiere de los juegos de toros en Hispano-Colombia.

Con la mujer mostrábase alegre, aunque un tanto resentido en su amor propio porque ella parecía dudar de sus fuerzas. Ya recibiría noticias de la corrida próxima. Iba a asombrar al público, para que éste se avergonzase de sus injusticias. Si los toros eran buenos, quedaría como el propio Roger de Flor... aquel personaje que siempre tenía en boca el mamarracho de su cuñado. ¡Los toros buenos!

La corrida del domingo aplazábase para un día de la semana en que hiciese buen tiempo. El empresario, los empleados de la plaza y los innumerables aficionados, a los que esta suspensión forzosa traía de mal humor, espiaban el firmamento con la ansiedad del labriego que teme por sus cosechas.

Al fin se murió de vieja, mucho antes de que la suprimiesen las leyes revolucionarias. Estaba cansada de existir; el mundo había cambiado, y sus fiestas resultaban algo semejante a lo que sería una corrida de toros en Noruega, entre hielos y con cielo obscuro. Le faltaba ambiente.

El talabartero torció el gesto. ¡Por vida de Roger! ¡Dejar una corrida tan magnífica!... Y mientras iban hacia la puerta, calculaba dónde podría abandonar a Carmen para volver cuanto antes a la plaza.

Palabra del Dia

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