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Actualizado: 17 de junio de 2025
Desde la corrida de Pascua de Resurrección en Sevilla la primera importante del año taurino que andaba Gallardo de plaza en plaza matando toros. Después, al llegar Agosto y Septiembre, tendría que pasar las noches en el tren y las tardes en los redondeles, sin tiempo para descansar.
¿Cómo que Dios me guíe? Ya me ha guiado hacia ti, serrana, y estoy contento. No: se lo decía á una estrella corrida. ¡Ah! ¿Cuentas las estrellas del cielo? dijo el guapo. Pues ten cuidado, porque tantas como cuentes te saldrán de arrugas en la cara... Pero no te importe, niña, que cuando eso suceda yo no podré ya con la fe de bautismo en papeles y tendrás que sacarme en una espuerta al sol.
¡El primer matador del mundo!... Y aquí estoy yo, para el que diga lo contrario. El resto de la corrida apenas llamó la atención. Todo parecía desabrido y gris tras las audacias de Gallardo. Cuando cayó en la arena el último toro, una oleada de muchachos, de aficionados populares, de aprendices de torero, invadió el redondel.
Y el apresuramiento causado por el anuncio de una corrida de toros que debía celebrarse el mismo día en Santa María, aumentaba aún el tumulto. Casi toda la población de las ciudades y aldeas vecinas llena los caminos.
Dentro venía una carta en italiano, no muy larga, de la misma letra, gorda y corrida, del sobre, firmada por Vittorio Emmanuele; venían también otros dos grandes sobres en blanco, sellados con la insignia de la francmasonería, un compás y una escuadra, cruzados en forma de rombo, sobre lacre verde.
Puestos en marcha todos, bien corrida ya la media mañana, delante el espolique llevando del ramal la cabalgadura que apenas se veía debajo de la balumba de mis maletas y envoltorios, sin salir del casco de la villa atravesamos por un puente viejo el Ebro recién nacido; y a bien corto trecho de allí y después de bajar un breve recuesto, que era por aquel lado como el suburbio de la población que dejábamos a la espalda, vímonos en campo libre, si libre puede llamarse lo que está circuido de barreras.
Toda la gente que había en Praga la miraba, y ella más parecía corrida que orgullosa. Salimos... tras, tras... calle de Alcalá, Peligros, Caballero de Gracia, ellos delante, nosotros detrás. Por fin dieron fondo en la calle del Colmillo. Llamaron al sereno, les abrió, entraron.
Y conforme avanzaba la corrida, la mayoría del público contagiábase del aburrimiento del espectáculo, y hasta los del tendido de sol, si no por repugnancia por fastidio, callaban, dejando que los lances en la arena se desarrollasen en medio de un tétrico silencio, como si desearan no provocar incidentes para que la lidia terminase cuanto antes.
Eran gentes bien dormidas y alegres, que lo manoseaban y querían encontrarlo expansivo y locuaz, como si al verles hubiera de experimentar forzosamente el mayor de los placeres. Muchas veces, la corrida no era única.
¡Por Santiago, adelante, joven pareja, y desapareced ante las miradas envidiosas entre esa nube de polvo dorado! Pero ya estamos a las puertas de Santa María. Todo son apreturas y gritos; gritos de dolor y de alegría confundidos; hombres, mujeres, viejos, niños, están allí inmóviles, esperando con angustia el momento de la corrida.
Palabra del Dia
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