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Alberto Valentín. Eleuterio Veranés. Luis Llanes Oliva. Francisco Martínez. Camilo Cuenca. Ramón Suárez Proenza. Juan Reyes. Angel Garía. La convulsión racista toca á su fin.

¿Sabes cuál es el amor, profundo, arrebatador, por el que ese olvidarás; pensamiento roedor que no se olvida jamás? El último; amor nacido con el doliente gemido de la juventud cercana que se aleja, y que mañana por siempre se habrá perdido. Ciega y ardiente ambicion que nada apaga en el mundo, que arranca del corazon la suprema convulsion postrera del moribundo.

Viéndola tambalearse, Fabrice corrió a sostenerla, depositándola suavemente sobre el rústico asiento; sus risas callaron, poco a poco se agitaron sus miembros en los esfuerzos de la convulsión, y al fin yació desmayada. ¡Nos había escuchado!... ¡Todo lo sabía! murmuró el pintor como hablándose a mismo. Tornóse a Pierrepont, inmóvil a dos pasos, pálido cual un cadáver en su ataúd.

El deseo humano colocaría la ciudad de la esperanza sobre alguna tierra sacada del fondo de las aguas por una convulsión del planeta; tal vez sobre atolones que los infusorios madrepóricos estaban petrificando en aquel momento con lenta y paciente labor multimilenaria... Nunca faltaría en el globo un lugar que atrajese a los hombres inquietos y enérgicos, descontentos con su destino, ansiosos de cambiar de postura.

Me precedió, y escurrió con gran trabajo su ancho y pesado cuerpo por la puerta entreabierta. La cuna se alzaba allí en la luz rosada de la tarde. Entre los cojines aparecía una cabecita roja, apenas más grande que una manzana. Sus párpados arrugados estaban cerrados y tenía en la boca uno de sus puñitos, con los dedos crispados como por una convulsión.

Aquí fuéron mis grandes apuros; sudaba como un pollo; balbuceaba palabras interrumpidas, porque no podia hablar, y Dios sabe el esfuerzo que tuve que hacer sobre mi convulsion nerviosa, para no gritar pidiendo auxilio, como si me viera rodeado de asesinos ó de ladrones. ¡Qué sábia ha sido mi mujer! decia yo para . ¡Cuándo me veré en donde está ella! Mi mujer no quiso subir, y esperaba abajo.

Aixa no se movía. Sus largos cabellos flamearon. El refajo que habían dejado sobre sus piernas ardió bruscamente. Una horrible convulsión corrió por todo su cuerpo. Entonces, imponente columna de humo y de pavesas la envolvió de súbito, ascendiendo acelerada y terrible en la penumbra de la tarde. El fuego rugía.

Ni en la cama, ni en el sillón estaba a gusto; era preciso traerla y llevarla de aquí para allá. A cada instante se quejaba, diciendo: ¡Esta convulsión interior que me mata! A poco despertó, y quiso levantarse y caminar por la habitación, apoyada en Angelina y en mi tía Pepa. Iba y venía, pero sin fuerza, casi arrastrando los píes.

Esta lucha era superior a mis fuerzas, y bien pronto se apoderó de una convulsión violenta... yo oía confusamente los chillidos del niño y aquel grito que me decía: «¡VéngamePero de repente, y como en un sueño, se me puso delante de los ojos aquel suplicio, los soldados con sus picas, mi madre desgreñada y pálida, que con paso trémulo caminaba despacio, muy despacio, hacia la muerte, y que volvía la cara para mirarme, para decirme: «¡VéngameUn furor desesperado se apoderó de , y desatentada y frenética, tendí las manos buscando una víctima; la encontré, la así con una fuerza convulsiva, y la precipité entre las llamas.