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Actualizado: 23 de mayo de 2025
A ratos, como vencido por esta hostil certidumbre, el espíritu de análisis flaqueaba, y Julio recaía en la contemplación interior de su tristeza, ¡Cómo había cambiado todo, repentinamente!
Vagué aquella noche por la ciudad, y cuando el silencio invadió la población, yo no sé cómo, me encontraba aún delante de los tres balcones de la casa de Valentina en muda contemplación, levantando castillos de España sobre esos andamios gigantescos que sólo los diecisiete años tienen privilegios para apoyar en el aire.
Volvió a encorvarse sobre los remos bogando por el centro del río, sobre las aguas que temblaban reflejando la luna, como si quisiera que la arboleda de ambas orillas gozase por igual en la contemplación de la amorosa escapatoria.
A Salomé le entró una tos convulsiva, no sabemos si originada por una causa física ó por la necesidad de disimular y no ofrecer á la contemplación de don Gil las arrugas triangulares y el color cárdeno que aparecieron en su cara al oír aquella proposición. María de la Paz se restregó un ojo como si le escociera. Oyóse la voz de doña Paulita que rezaba un latinajo incomprensible.
No arranca, como Lope, de la contemplación tranquila de lo que es la vida humana, sino del sentimiento de la pasión, poderosamente excitado; ni se propone únicamente agradar, ni interesar y conmover al público, sino comunicar á los demás la fuerza violenta de la inspiración que lo llena.
Encantado con aquel lugar, me senté al pie de un árbol, apoyé la espalda contra su tronco y extendiendo las piernas me entregué a la contemplación de la solemne belleza del bosque, a la vez que aspiraba el delicioso aroma de un buen cigarro.
Los otros dos arcos miran al Mediodía, y desde ellos se goza de la apacible contemplación de la Huerta y del bosque de olmos y de todos los suaves encantos de aquel breve y pacífico horizonte.
Temiendo que la impresionara con exceso la contemplación frecuente de aquel cuadro aflictivo de la miseria humana, tan nuevo para ella, la aconsejé que se abstuviese de entrar en el cuarto del enfermo. A lo que me respondió con una fuerza de resolución que se imponía: ¡Pues mire que tendría que ver, señor don Marcelo!... ¡Vaya! ¡vaya!... ¿Piensa que soy yo de melindres, por si acaso?
Un hombre de larga barba ensortijada y canosa, fumaba sentado ante una casucha que era la peor del barrio. Tenía los ojos casi ocultos bajo las cejas y un gesto de desdén contraía á cada momento su cara negruzca. Al ver al médico no se llevó la mano á la boina ni abandonó su inmovilidad de fakir, como si estuviera abstraído en la contemplación de la miseria que le rodeaba.
Todo había sido presunción suya. Ni él había hecho penitencia, ni él había vivido largos años en contemplación, ni él tenía ni había tenido merecimientos bastantes para que Dios le favoreciese con distinciones tan altas.
Palabra del Dia
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