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Actualizado: 28 de junio de 2025


Las oficinas han sido el tronco en que se han injertado las ramas históricas, y de ellas han salido amigos el noble tronado y el plebeyo ensoberbecido por un título universitario; y de amigos, pronto han pasado a parientes. Esta confusión es un bien, y gracias a ella no nos aterra el contagio de la guerra social, porque tenemos ya en la masa de la sangre un socialismo atenuado e inofensivo.

Así la moda va, poco a poco, por contagio, exagerándose, hasta que muere por sus propios excesos. La psicología de estas exageraciones reside en que no queremos pasar inadvertidas. Las mujeres nos ofendemos cuando nos miran mucho; pero nos ofendemos mucho más no mirándonos nada. Por aquí también anda el diablo en su doble forma de coquetería y soberbia.

Nadie se libra al fin del contagio. Y cuando se trabaja de diez años consecutivos para inocularlo, no resisten al fin ni los ya vacunados. ¡No os riáis, pues, pueblos hispanoamericanos al ver tanta degradación! ¡Mirad que sois españoles, y la inquisición educó así a la España! Esta enfermedad la traemos en la sangre. ¡Cuidado, pues! Volvamos a tomar el hilo de los hechos.

El gusto le había venido no se sabe cómo, por contagio tal vez de la atmósfera, dado que las señoras de su categoría no suelen alternar mucho tiempo con las chulas. Había tenido una doncellita nacida y criada en Maravillas. Esta fué en sus ratos de expansión quien le proporcionó mayor cantidad de vocablos y modismos.

En los comienzos del año de 1709 desarrolláronse en Sevilla unas calenturas malignas, las cuales ofrecían peligroso contagio, del que fallecieron no pocas personas, contándose entre ellas muchos clérigos é individuos del cabildo catedral, pues según los historiadores, atacó á éstos con preferencia el mal por el contacto en que á diario estaban con multitud de pobres infestados; que acudían á las gradas de la basílica y al palacio arzobispal á recibir limosnas.

El, Sinong el apaleado, se acordaba de sus dos magníficos caballos que para preservarlos del contagio había hecho bendecir segun los consejos del cura gastándose diez pesos: ni el gobierno ni los curas habían encontrado mejor remedio contra la epizootia y con todo se le murieron.

A su lado estaba el amigo, aquel hombre del que hablaba ella con cierta admiración y al que mostraba las cosas interesantes del país. ¡Ay, doña Sol! Pronto iba a ver quién era el buen mozo al que había abandonado. Tendría que aplaudirle en presencia del extranjero aborrecido; se entusiasmaría, aun contra su voluntad, arrastrada por el contagio del público.

Estas y otras noticias, que adquirió el Comandante, le aseguraron el buen estado en que estaban aquella é inmediatas provincias, y considerándolas ya libres del contagio que habian introducido en ellas las diligencias de los sediciosos, determinó ponerse en camino el dia 11 del citado mes de Abril, sin esperar la salida de la espedicion de Lipes, por los cuidados que mas adelante llamaban su atencion.

¿Procedían aquellas lágrimas vergonzantes del contagio de otras más francas? ¿Eran arrancadas de mi corazón por la pena de ver a aquél, mi pariente en estado tan mísero y compasible? ¿Me las producía aquella rara escena que acababa de presenciar entre el Cura y el enfermo, a través de cuya tosca urdimbre se dejaban ver fondos y lejanías admirables?

La honra de su esposa la veía pisoteada por todos los circunstantes. Su infamia palpitaba allí, en la plaza pública. Si la noticia llegaba alguna vez á oídos de los parientes y de las compañeras de infancia de aquella mujer, ¿qué otra cosa les quedaría sino el contagio de su deshonra, tanto mayor cuanto más íntimas y sagradas hubieran sido sus relaciones de parentesco?

Palabra del Dia

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