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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Otros, al sentir el contagio de este pánico, habían huído igualmente, temiendo conocer los mismos horrores... Vió madres con sus pequeños en los brazos; ancianos doloridos que sólo podían avanzar con una mano en el bastón y otra en el brazo de alguno de su familia; viejas arrugadas é inmóviles como momias, que dormían y viajaban tendidas en una carretilla.

Hizo una pregunta en voz baja al croupier, y se repitió la explosión de regocijo. Las mujeres se mostraban las más expansivas al pensar que su burla, pasando por encima de Spadoni, podía herir á la que lo había puesto allí. El gesto de extrañeza del músico ante esta hilaridad sólo sirvió para prolongarla escandalosamente. Todos reían por contagio viendo su cómico asombro.

Mas tarde pudimos ver tambien cuánto difiere la Alemania del Rin de la del resto de la pseudo-confederacion germánica, correspondiente á las hoyas del Danubio, el Elba y otros rios. Por una parte, las llanuras del Rin, mas abiertas al contacto del mundo, son mas accesibles al contagio de ciertas ideas, aspiraciones y costumbres, que las regiones montañosas del alto Danubio, del Elba central, etc.

Varias familias tenían en su casa un muerto o agonizante. En presencia de una catástrofe o desventura enorme, al pueblo no le ocurren las razones naturales de lo que ve y padece. Su ignorancia no lo permite saber lo que es contagio, infección morbosa, desarrollo miasmático. ¿Y cómo lo ha de saber la ignorancia, si aún lo sabe apenas la ciencia?

Los Cómicos están más preservados hasta hoi de esta pestilente influencia, quiera el Hado propicio librarlos de su contagio, quando tienen ia en aquel grado la Comedia, á donde con no pequeña distancia de ninguna manera llegó la de los AntiguosFederico Zimmermann.

Fué pues, el caso, que se encendió por toda aquella comarca un contagio furioso que hizo tal estrago en los hombres, que de los cómplices en matar al Padre ninguno quedó con vida; y lo que causaba más maravilla, era que apenas les tocaba la peste, cuando desvariando salían fuera de y se iban por los bosques, donde ya por la enfermedad, ya por la hambre, se caían muertos, quedando los cadáveres tan abominables como si fueran tizones del infierno.

Apenas hubieron probado el deseado bienestar, cuando les fue preciso interrumpirlo, separándose ¡quién sabe si para no volverse a ver! Llegó el momento de la emigración. En esta primera época, no fue la emigración lo que debía ser más tarde; un refugio contra las persecuciones o contra la muerte. Fue una especie de contagio que existía entre la nobleza francesa.

»Los días de peligro han pasado decía; Teobaldo se encuentra mejor, la Providencia nos protege. »Tenía razón. Dios se había compadecido de nosotros. »Carlos se libró del contagio, y Teobaldo convalecía; pero el mal había dejado impresa en él su terrible huella, y, menos afortunado que yo, quedó desfigurado.

No tendría nada de extraño que esto fuese una disculpa y que el motivo real estuviera en su invencible temor al contagio, porque nunca le habían satisfecho las aptitudes antisépticas de los señores de Reynoso. Las aspiraciones heráldicas de Araceli hallaron inmediatamente digno objetivo en la persona del joven marqués.

La victoria reciente del joven Duque de Castillon, que se había cubierto de gloria en una aventura semejante, alentaba las esperanzas en el corazón de muchas madres. La señora de Martholl no se libró de este contagio, y, desde entonces, razonablemente, habituó su espíritu a las concesiones.

Palabra del Dia

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