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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Así era la enfermedad de Anita. En cuanto al contagio, que debía de haberlo habido, él lo atribuía al Magistral. Se acordaba del guante morado. Mucho tiempo lo había tenido olvidado, pero un día se le ocurrió preguntar a la Regenta si las señoras usaban guantes de seda morada y ella se había reído. Era, por consiguiente, un guante de canónigo. Ripamilán no los usaba casi nunca.
»Por lo cual, levantando en alto aquesta cruz que aquí ves, nos azotamos ásperamente muchas veces al pie de ella, pidiendo á Dios misericordia y perdón de nuestras culpas: cesó al punto la pestilencia, de suerte que desde aquella hora en adelante no murió ninguno de los tocados de la peste, y ninguno de los sanos enfermó del contagio; y una noche estando presentes muchos del pueblo que lo vieron, bajó del cielo un mancebo bellísimo con el rostro muy resplandeciente, y postrado en tierra la adoró; desde entonces tenemos nosotros en gran veneración á este santo madero, y deseamos abrazar cuanto antes la fe de Jesucristo.» Hasta aquí el buen cacique.
Tomaron casa en la Reducción los más cercanos pueblos de los Manacicas, dejando los más distantes, situados hacia el Oriente, al celo del P. Francisco Hervás para que los condujese al pueblo de San Francisco Xavier: mas el P. Hervás, con extremo dolor y sentimiento, no encontró otra cosa que cadáveres y huesos de muertos, por haber hecho en aquellos pobres infieles un estrago fatal el furioso contagio que poco antes había infestado aquel país.
No aportan a las reuniones sociales más que un espíritu embotado por la preocupación de los negocios, y no buscan, al frecuentar los salones a la moda, sino un mercado donde aumentar sus relaciones. ¡Para escapar al contagio y permanecer entre la gente de su clase, les aseguro, hay que violentarse!
Conviene marcar las épocas. El estilo severo de los Herreras y de los Moras persevera sin contagio hasta la segunda década del siglo XVII, en que el Bernino y el Maderno hallan imitadores entre los españoles, estimulados quizá de la proteccion concedida á Crescencio por el poderoso duque de Olivares.
Huyó la gente de mí para evitar el contagio, como si yo tuviera la peste. Hasta ese desventurado de Antoñuelo me insultó y me abandonó. Sólo don Paco fue constante en amarme y en respetarme. Pero, repito, ¿qué había yo de hacer?
Palabra del Dia
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