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Si una de sus miradas cae sobre o se encuentra con las mías, siento, como antes, que mi corazón palpita más de prisa, que mis ojos se turban, que la sangre llena mi pecho y afluye a mis mejillas, que mis nervios se exaltan por no qué confusión vaga y dulce de vergüenza y de placer, de inquietud y de ternura.

Es de notar tambien que hay aquí cierta confusion de ideas que he señalado ya en otra parte. No es exacto que el principio yo pienso luego soy, sea evidente: la evidencia se refiere á la consecuencia, pero en cuanto al acto de pensar, no hay evidencia propiamente dicha, sino conciencia. La evidencia es un criterio, mas el único.

Era sangre que corría un breve trecho entre las flores heráldicas del bordado; sangre que manaba de la sien oculta, para ser bebida por la sequedad del blando relleno. Ferragut, al hacer este descubrimiento, sintió aumentarse su confusión.

Y Gonzalo se dejó arrastrar como un autómata, lleno de confusión. Al llegar a su cuarto, la buena señora cerró la puerta. Lo he oído todo le dijo, clavando en él aquellos grandes ojos negros y tristes como los de una Dolorosa, único resto de su antigua belleza.

Entavía, ¡bestia de ! estaba yo adulándola a usté el oído. ¡Vaya Vd. mucho con Dios, doña Ínsulas! Las palabras de Engracia llenaron a Paz de confusión, y además adivinó que no estaba la razón de su parte.

No se limitaron á estos desahogos, con los que ya estaba bien alborotada la población, sino que por la tarde acudieron en gran tropel y confusión al teatro de la Montería, y penetrando en él, arrollaron al público, ocupando aposentos y bancos, obligando á los actores á que volviesen á empezar la representación, que ya estaba próxima á concluir.

Si había delito, ¿quién era el autor de él? ¿El Canónigo o Tomás Rufete? ¡Enorme, endiablada confusión!... Pero lo que puso remate a la duda y trastorno de la infeliz presa fue que su abogado le dijo un día estas palabras: «Desde el tanto de culpa la cuestión ha variado por completo. La casa de Aransis y el Sr.

Aquel hecho insignificante, tan insignificante como el aplastar un grano de arena con nuestro pie, me hizo detener el paso, me hizo temblar, me hizo mirar a todos lados, puso en mis labios esta pregunta, que me dirigí lleno de confusión: «Pero, Gabriel, ¿te has vuelto bobo, o lo has sido toda tu vida

Rodaron jarros y mesillas; la gente se hizo atrás instintivamente, aterrada por el ademán agresivo de este hombre siempre pacífico, que parecía ahora agigantado por la rabia; y antes de que pudieran todos retroceder un nuevo paso, «¡plaf!», sonó un ruido de puchero que estalla y cayó Pimentó con la cabeza rota de un taburetazo. En la plazoleta se produjo una confusión indescriptible.

Bermúdez y Fuertes opinaron lo mismo; pero no eran sus votos de tan ganada autoridad como el de Nieves, la cual, para mayor confusión del aturdido Leto, no contenta con ver los cuadros sobre sus rodillas, fue colocándolos uno a uno... ¿en dónde, gran Dios! sobre los mismos muebles y en los propios sitios de las paredes en que los había imaginado él... Y a todo esto, la sevillanita, con su entrecejo algo fruncido, su frase concisa y sobria, sin extremos en la alabanza, sin apresurarse, sin sonreír más que lo preciso, deslizándose entre sillas y veladores sin tropezar con nada, sutil, airosa, discreta... en fin, que tanto por lo que decía como por el modo de decirlo, y hasta por el modo de andar, había que creerla inteligente en el arte, y desde luego sincera.