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Actualizado: 19 de junio de 2025


En su fondo tranquilo vivían felices las perlas y los corales, las blancas sirenas, los peces azules... La falúa, al oprimir su húmeda espalda, formaba entre proa y popa un lecho ancho y cómodo con bordes de espuma, un lecho que convidaba a dormir eternamente con el rostro vuelto al cielo, mirando resbalar por el seno transparente del agua el fulgor de las estrellas...

¡Esas son frases, Melchor, y nada más! Porque , como nadie, sabes que la desgracia se ha cebado en . Al oír esto, Melchor prorrumpió en una carcajada, diciendo al subrayar cada sílaba: ...Que la desgracia se ha cebado en ti... ¡esto es divino!... Ríe todo lo que quieras... eso es muy cómodo.

Le dió de comer y una de sus sortijas para que la empeñase, pues del dinero no se atrevía á disponer. Velázquez no lo supo. Pero, á pesar del mucho encarecimiento con que Soledad se lo rogó, Miguel no dejó de menudear las visitas, hallando cómodo este puerto donde guarecerse en sus frecuentes naufragios. Y sucedió al cabo lo que era de esperar. No faltó quien diese soplo al amo.

Especialmente, le ofreció don Fernando que si quería volverse con él, que él haría que el marqués, su hermano, fuese padrino del bautismo de Zoraida, y que él, por su parte, le acomodaría de manera que pudiese entrar en su tierra con el autoridad y cómodo que a su persona se debía. Todo lo agradeció cortesísimamente el cautivo, pero no quiso acetar ninguno de sus liberales ofrecimientos.

Con este desencanto sobre su alma, y envuelto en el burdo ropaje de sus mayores, con el que, si no iba elegante, andaba sumamente cómodo, echóse á ver lo que le faltaba; empresa que consumiremos, en la imposibilidad de seguir al mayorazgo paso á paso y en cada una de sus impresiones.

Sin saber cómo, en el acto de subir D. Marcelino á la diligencia es detenido, conducido á la cárcel, y allí se le fuerza á pasar algunos dias, sin que basten á libertarle las vehementes presunciones que en su favor ofrecen, un traje muy decente y cómodo, un cuerpo bien nutrido, y un semblante pacato.

Podía hallarse ya en su casa muy cómodo, haber comido, haber tomado el te calentito y estar tendido en el canapé, leyendo el periódico y sin la menor inquietud.

Reclinad la cabeza sobre el cómodo respaldo del sillón, allí, bajo el corredor, frente a los árboles que una brisa imperceptible mueve apenas, a favor de ese silencio profundo e íntimo de las noches en el campo, dejad venir los recuerdos, cantar las esperanzas... Pero, con los ojos entreabiertos bajo el párpado que la quietud adormece, mirad el cuadro...

¡Cállese usted, madre! dijeron ambas mozas. ¡Oh, son muchos los que piensan como yo! insistió la vieja. Reclinado en cómodo sillón, de brazos, me reía al oírlas. Lo que es yo declaró la menor de las hijas, una rubia regordeta y sonriente, aborrezco a Miguel el Negro. ¡A déme usted un Elsberg rojo, madre! Del Rey dicen que es tan rojo como... como...

En Sarrió, villa famosa, bañada por el mar Cantábrico, existía hace algunos años un teatro no limpio, no claro, no cómodo, pero que servía cumplidamente para solazar en las largas noches de invierno a sus pacíficos e industriosos moradores. Estaba construído, como casi todos, en forma de herradura. Constaba de dos pisos a más del bajo.

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