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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Es una muerta en el combate social: un cuerpo que hay que levantar; y , que eres el padre, debes ser el primero en cumplir esta obra de justicia. Esteban, con la cabeza baja, seguía haciendo movimientos negativos.

La voz del contrabandista tenía un acento extraño; hacía un momento, aunque irritado por no haber intervenido en el combate, parecía más bien triunfante. Juan Claudio le siguió lleno de inquietud, y la sala quedó vacía en un momento, pues todo el mundo se dio cuenta, por la animada expresión de Marcos, que se trataba de un asunto grave.

Apenas hubo terminado el combate, cerca de las ocho, Marcos Divès, Gaspar y unos treinta guerrilleros subieron al Falkenstein con banastas llenas de víveres. ¡Qué espectáculo les esperaba allí! Todos los sitiados, tendidos en el suelo, parecían muertos. Por mucho que se les sacudía, por muy fuerte que se les gritaba en los oídos: «¡Juan Claudio!... ¡Catalina!... ¡Jerónimo!», no respondían.

¿Y vuestros héroes, señor cura? ¿Y vuestros griegos? ¿Y vuestros romanos? ¡Oh, los hombres de hoy no se parecen a los de antes! replicaba el cura convencido de que decía una gran verdad. ¿Y los curas? continuaba yo. Los curas están fuera de combate respondíame con bondadosa sonrisa. Esta clase de conversación, sembrada de sobreentendidos, gozaba del privilegio de exasperarme enormemente.

A la edad de sesenta y seis años se retiró del servicio, mas no por falta de bríos, sino porque ya se hallaba completamente desarbolado y fuera de combate.

Gravina agonizaba en la cámara, y el navío Príncipe de Asturias volvía a Cádiz desmantelado, al mando de un hombre que entró en el combate con tres hijos y volvía a su hogar con uno solo, el más joven, guardia marina de pocos años.

Nunca había visto el mar tan enfurecido. Afortunadamente que esas olas sólo esparcían sobre nosotros el líquido de sus crestas, ó si no, la corbeta habría sido tragada... En tan terrible combate quedó inmóvil, no sabiendo á quién obedecer.

Y la pequeña expedición, que sólo iba a la descubierta, sin haber hecho preparativos de guerra, huía río abajo despavorida por esta tragedia. El duro Oviedo, historiador y hombre de combate, apenas se apiadaba del infortunio de Solís al hacer su relato. Le parecían naturales estas catástrofes siempre que se enviasen hombres de mar al descubrimiento de las nuevas tierras.

Habían de vivir siempre en guardia contra las asechanzas del blanco, el más maligno de los bípedos, terrible residuo de todas las aventuras y desesperaciones de Europa. El combate con el microbio era también un gran peligro en esta guerra por la civilización de la tierra virgen.

En esta misma fatal noche de San Juan, míster Robert, a la espera de su tranvía, después de cerrar el escritorio por última vez, paseaba por la acera de la Catedral. Vencido en la lucha con el agio, había salido destrozado del combate, sin fe y sin esperanza, sin fuerzas ya para mantener el peso de su honradez sobre los hombros. ¡Ah! si era una carga inútil, ¿por qué no arrojarla a la calle?

Palabra del Dia

bagani

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