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Al tirar por la ropa hacia arriba, los dedos de la condesa rozaron la boca del mayordomo, el cual dejó escapar un beso tímido sobre ellos. Laura quitó rápidamente la mano, se puso colorada y continuó, sin decir palabra, arreglando la cama. Al día siguiente sólo asomó la nariz por la puerta para preguntarle cómo seguía, y se fué sin entrar en conversación.

Y se dirigió a Pacita, poniéndose al mismo tiempo levemente colorada. Clementina le dirigió una mirada penetrante que concluyó de ruborizarla. ¿De qué se habla? preguntó Cobo Ramírez acercándose al corro. Casi nunca se sentaba en las tertulias. Le placa andar de grupo en grupo, resollando como un buey, soltando alguna frase atrevida en cada uno.

Demetria se puso colorada. Es más viejo que D. Antero prosiguió Flora y es más rico también... y más llano... y más campechano y amigo de los pobres... ¿Es de Laviana? , de Laviana. ¿Es de la Pola? ¡Anda! Si te digo eso ya lo tienes acertado... Pero, en fin, te lo diré, pues de otro modo llevas traza de no acertarlo en la vida... No, no es de la Pola. Demetria volvió á quedar pensativa.

Lucía se puso colorada de orgullo y de satisfacción, y siguió hablando: Apostaré á que ha ganado V. la voluntad del reverendo. ¿Está ya de nuestra parte? , sobrina, está de nuestra parte; pero, por amor de Dios, calla, que importa el secreto. Ya que lo adivinas todo, procura ser sigilosa. No tendrá V. que censurarme. Seré sigilosa.

Con placer del niño voluntarioso cuyos dedos entreabren un capullo, gozaba en poner colorada a Nucha, en arañarle la epidermis del alma por medio de chanzas subidas e indiscretas familiaridades que ella rechazaba enérgicamente. El pobre Julián, con los ojos fijos en el plato, el rubio entrecejo un tanto fruncido, pasaba las de Caín.

Veme aquí vuestra merced un hidalgo hecho y derecho, de casa y solar montañés que, si como sustento la nobleza me sustentara, no hubiera más que pedir; pero ya, señor licenciado, sin pan ni carne no se sustenta buena sangre, y por la misericordia de Dios todos la tienen colorada, y no puede ser hijo de algo el que no tiene nada.

Pero ya, señor licenciado, sin pan y carne no se sustenta buena sangre, y por la misericordia de Dios, todos la tienen colorada y no puede ser hijo de algo el que no tiene nada. Ya he caído en la cuenta de las ejecutorias, después que hallándome en ayunas un día, no me quisieron dar sobre ella en un bodegón dos tajadas; pues, ¡decir que no tiene letras de oro!

Frecuentemente recibo cartas en que se comenta las croniquillas que vengo publicando en esta página femenina. En estas cartas hay de todo: críticas, asentimientos, discretas censuras, aplausos, observaciones oportunas y algunos disparates. Sin ponerme colorada, agradezco los elogios que mis amables comunicantes dedican a mi estilo. Yo no escribo bien.

Más adelante le contaré. Entramos en el palacio, preguntamos por la duquesa, nos pasaron a una habitación obscura, y después de una hora de espera, que a me duró un siglo, apareció la duquesa, vestida con una bata colorada, a pesar del luto reciente, cosa que me escandalizó.

Jacinta se avergonzaba de antemano, poniéndose colorada, sólo de considerar que entraba Barbarita diciéndole con su maleante estilo: «Pero hija, ¿conque es cierto que mandaste a Deogracias meterse en las alcantarillas para salvar unos niños abandonados...?». Sólo a su marido, bajo palabra de secreto, contó el lance de los gatitos.