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Actualizado: 12 de julio de 2025
Un día que delante de éste se le escapó llamarle de tú, ¡Jesucristo, lo colorada que se puso la buena señora! Mario estaba hechizado; la adoraba. Pocos meses después acaeció un cambio en la política. Cayó el ministerio y se formó otro nuevo.
Fue recibido con una aclamación, en que tomaron parte las señoras. Sin saber cómo, y cuando la emoción producida por tal recibimiento aún le tenía medio aturdido, se vio Reyes al lado de su ídolo, Serafina, que había comido mucho y bebido proporcionadamente. Estaba muy colorada y de los ojos le saltaban chispas.
Amparito se puso colorada y le dirigió una tierna mirada de reconvención, volviendo después la vista a su padre, que por fortuna se hallaba de espalda paseando con don Mariano. Llegó la vez a Isidorito, teniendo la mala suerte de ponerse en berlina: ¡y allí fue ella para la señorita de Mory!
La cinta colorada es una materialización del terror que os acompaña a todas partes, en la calle, en el seno de la familia; es preciso pensar en ella al vestirse, al desnudarse, y las ideas se nos grava siempre por asociación.
Encarnación era costurera; moza robusta, colorada, mofletuda, de fisonomía vulgar. Entre los artesanos de Sarrió pasaba por la mejor moza de las cuatro: para el catador inteligente y refinado valía muy poco.
Manolo, sin soltarla, profirió en voz baja con acento apasionado: Déjamela siquiera un minuto. ¡Cinco meses hace ya que no la toco! ¡Un siglo! exclamó la tabernera con sonrisa apenas perceptible, echando al mismo tiempo una mirada recelosa á la puerta. Manolo advirtió esta mirada y, soltando bruscamente la mano, preguntó: ¿Y Velázquez? Tan bueno respondió poniéndose levemente colorada.
Llegáronse a mí las viejas a hacerme regalos, y holguéme de ver descubiertas las niñas, porque no he visto desde que Dios me crió tan linda cosa como aquella en quien yo tenía asestado el matrimonio: blanca, rubia, colorada, boca pequeña, dientes menudos y espesos, buena nariz, ojos rasgados y verdes, alta de cuerpo, lindas manazas y zazosita.
¡Eso es demasiado! dijo la princesa. ¡A mi padre el rey nadie le ha tirado nunca de las orejas! ¡Amo, amo! dijo el gigante. Ha dicho «¡Eso es demasiado!» La princesa es nuestra. Todavía no dijo la princesa, poniéndose colorada. Tengo que ponerte tres enigmas, a que me los adivines, y si adivinas bien, enseguida nos casamos. Dime primero: ¿qué es lo que siempre está cayendo y nunca se rompe?
Esta vez no se desmayó la Princesa; antes bien se paró muy colorada y dijo a la doncella: Mírame, mírame los labios; ese pájaro insolente me los ha herido, porque me arden.
Apoya pensativa su rostro en las dos manos, mientras que con un movimiento de vaivén balancea sus codos sobre las rodillas. ¿Y qué te pasa por la cabeza en este momento? pregunta Juan. Ella se pone colorada y se levanta vivamente. ¿A que no me pillas? grita parapetándose detrás de la mesa. Pero, cuando él va a perseguirla, ella se adelanta tranquilamente. ¡Deja!... vamos a hacer algo.
Palabra del Dia
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