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Actualizado: 1 de julio de 2025
El fuerte está á media ladera de una colina poco elevada; está compuesto de un recinto cuadrado, formado por muros de piedra seca en unas caras y empalizada en las otras. Dentro de éste se encuentran los alojamientos de tropa, pabellones de Oficiales y almacenes, todo de materiales ligeros. La aguada se hace en el mismo recinto, surtiéndose de un claro y limpio arroyo que lo atraviesa.
Doy, pues, aquí punto, recomendando vivamente á cuantos vayan á Salamanca aquel Panteón, aquel Museo, aquel Libro de Historia que se llama la Catedral Vieja. Fuera ya de ambas Catedrales, las contemplamos todavía largo tiempo y á cierta distancia, admirando el grandioso golpe de vista que ofrecen juntas y como en anfiteatro sobre la colina en que se asientan.
Verdaderos niños que ora creen poder tocar el cielo con la mano, en subiendo á una colina, ora toman por estrellas que brillan á inmensa distancia en lo mas elevado del firmamento, bajas y pasajeras exhalaciones de la atmósfera sublunar. Quizas se atreven á mas de lo que pueden; pero á veces no pueden porque no se atreven. ¿Cuál será en estos casos el verdadero criterio?
Fué contando Gillespie todo lo ocurrido, que era igual, con ligeras variantes, al relato escuchado por el profesor al pie de la colina. Lo que siento terminó diciendo el gigante es no haber aplastado á toda esa canalla que pretendía registrarme. Pero otros llegarán; les espero, y van á tener peor suerte. ¿Y Ra-Ra? dijo el profesor. Esta pregunta amenguó un poco la cólera de Gillespie.
En la meseta de la colina hay un mal llamado fuerte, compuesto de una estacada con dos torretas, y un alojamiento con techo de zinc, guarnecido por un sargento, un cabo y ocho soldados, siendo de notar que para atender á esta serie de recintos independientes, separados por distancias considerables, existe sólo un destacamento de 60 hombres.
Cuando llegó la noticia al palacio del gobierno, ya pisaba Gillespie la cúspide de la colina. Al entrar en su antigua vivienda notó inmediatamente los efectos del abandono. Todo lo perteneciente á él estaba en la misma situación que lo dejó al salir de allí. Únicamente, en los extremos del edificio, las cocinas y la despensa mostraban un desorden semejante al de una ciudad entregada al saqueo.
Gabriel, ¿no hay enfrente y hacia la derecha unos grandes pantanos? ¿No se ven a la izquierda unos cerros que terminan en lo alto con un pequeño bosque? ¿No se eleva delante una colina en cuya falda blanquea un pueblecillo? Y aquellas torres que distingo al otro lado de dicha colina, ¿no son las del castillo de Austerlitz?
Me apartó dulcemente, y se retiró paso a paso. Volví entonces a mis paseos favoritos, todas las mañanas y todas las tardes, antes y después de ir al despacho del jurisconsulto. Recorrí otra vez las orillas del Pedregoso, y subí cien veces a la colina del Escobillar.
Al través de las puertas enrejadas veíamos las casitas de campo, con persianas verdes cuidadosamente echadas, enteramente solitarias. Sus habitantes, si es que los había, debían de estar resguardados del calor hasta la hora en que el sol se pusiese. Próxima ya a la falda de la colina estaba La Palmera. Era la más amplia en territorio y la que poseía casa más grande y suntuosa.
Uno que hacía allí de capataz o medio mayordomo se brindó a servirles de guía. La finca estaba situada en la pendiente de la misma suave colina donde está asentada Lancia. A espaldas de la casa se encuentra el bosque, que le priva de la vista de la ciudad. Así que con hallarse tan próxima parece que se está a cien leguas de ella, en la amable soledad del campo.
Palabra del Dia
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